F no llegó a París nunca, pero nadie ha vuelto a saber de ella.
B prepara su viaje a Martinica para septiembre: despedirse de la gente, ir y venir de Bilbao, arreglar papeles y pararse a pensar, alguna vez, qué hará allí durante los próximos seis meses... y a qué sabrá la cerveza de la tierra.
K y N escriben largas cartas desde las arenas de Marte, cartas en las que hablan del cielo rosado y del polvo omnipresente, liviano, que en todas partes se cuela y del que no hay escapatoria. Y hablan de las tormentas de arena, terribles, y del frío. Y de los cañones, de los paisajes desolados y bellísimos, de los espejismos que a veces aparecen en el horizonte, un momento apenas, un parpadeo: ciudades de techos verdes y murallas desconchadas, barcos lentos en lentos mares muertos.

M aguarda en una estación desierta un nuevo tren, cualquier tren.
Leído correo. La carta llegó bien, un poco desvaída por los avatares del viaje. Marte está muy lejos. Entre los dedos se queda un polvillo rojizo que se pega a la piel.
ResponderEliminarSeñor fnaranjo, buenas noches.