sábado, 28 de agosto de 2010

la costumbre del veneno

(Y aquí, a continuación, el texto que escribí para el catálogo de la exposición Viaje con nosotros, organizada por SEACEX y La Casa Encendida.)

Si echo la vista atrás puedo ver un camino que, desde el hoy, no se antoja tortuoso en absoluto, más bien al contrario: curvas suaves, pocas pendientes. Los paisajes, sí, cambiantes, pero determinados encuentros periódicos, recurrentes, los unifican: ciertas músicas que hoy suenan quizá menos frescas, pero que tienen la calidez de lo familiar; escritores y sus universos compartidos tantas veces, ficciones encarnadas en distintas pantallas; rostros amigos, gente que me acompañó o que sigue ahí. Uno puede decir que la vida es un viaje, un transitar... pero me parece que es más lo que uno encuentra en el camino, lo que se va dejando atrás, los que acompañan un trecho; y los que vuelven cada tanto, como si no se hubieran ido.

En mi memoria de las últimas dos, tres décadas, Micharmut aparece a menudo. Para mí, la memoria que cuenta, la que pone orden en el recuerdo, es de papel, y él suele frecuentar muchos de los papeles que he atesorado, muchas de sus páginas. Siempre un poco por delante de los demás, siempre indagando, explorando caminos que otros van a seguir después como si fueran nuevos. No recuerdo, desde luego, esas primeras autoediciones de los años setenta; quizá las vi con ocasión de alguna exposición: tengo una imagen fugaz como de moscas bípedas con zapatillas de dibujo animado, pero bien podría no tener nada que ver. Sí recuerdo, en cambio, el impacto de Dogón y de las primeras historietas en Cairo, que fue bandera de muchas cosas y en cuyas páginas brillaban las de Micharmut como joyas alienígenas, extrañas, sofisticadas, de una belleza abstracta y un poco cibernética.

Dogón, Cairo, Madriz... Mi relación con Micharmut viene de los años ochenta, claro. Mi relación con muchas cosas importantes que no me han abandonado con el tiempo viene de esos años, también. Por entonces, de él sabía que escuchaba a The Residents y que guardaba en su estudio, en su biblioteca, todo el material que podía encontrar de Jack Kirby, una confluencia plástica que hoy me parece evidente, pero que se me antojaba inexplicable en alguien con un universo personal tan alejado del creador de Los 4 Fantásticos. Luego he podido ver que sí, si se hojea con cuidado se descubren caminos paralelos a la hora de sintetizar geometrías y volúmenes; y además está la legendaria capacidad narrativa de Kirby, su utilización intuitiva de la elipsis, que será quizá la principal preocupación formal de Micharmut durante esa época: el montaje, la secuencia, la página como jeroglífico. Quizá mi problema fuera entonces que a mí Kirby no me gustaba nada, no lo entendía. Me llevó tiempo volver a descubrirlo, aprender a disfrutarlo como lo disfrutaba antes, mucho antes, cuando en los tebeos no aparecían los nombres de los autores y lo que importaba era la peripecia, el vigor y el misterio a la hora de resolverla. Me llevó tiempo, y para cuando lo hice ya estaba Micharmut en otra cosa, abriéndose paso en paisajes distintos.

De los noventa destacan sus trabajos para el público infantil: Pip y Mau Mau, que además cuentan con su muy particular tratamiento del color. Hasta entonces la historieta había sido, para Micharmut, en blanco y negro; la línea desnuda y abstracta, el trazo meticuloso que define el mundo, lo delimita, lo traduce a pura aritmética, a puro signo. En su búsqueda permanente y a la hora de enfrentarse a miradas nuevas, decide recuperar y explorar otros referentes, y es aquí donde entra en juego su conocimiento de los clásicos, los nuestros y los de todos: Coll y Herriman, el TBO y los diarios norteamericanos de los años veinte y treinta del pasado siglo. Unos clásicos que estuvieron siempre en su obra, por supuesto: en su amor por lo minúsculo, por lo efímero; en su interés por los objetos cotidianos, hasta el extremo de atropomorfizarlos y transformarlos en actores de cine mudo (cine cómico, decíamos cuando era yo muy pequeño; y precisamente de eso hablo). Del blanco y negro se pasa al color vibrante, de la desnudez quirúrgica se pasa a un barroquismo de jardín en rebeldía. Hay una alegría salvaje de aventura antigua, de jugar a piratas, a indios y vaqueros. Hay una melancolía también, porque siempre la hay en todas las historias para niños, una melancolía que deja sabor agridulce y que también está en las páginas de Veinticuatro horas, pero Veinticuatro horas merece un punto y aparte.

Veinticuatro horas se edita en 1995, y recoge una elaborada confluencia de imagen y texto, una historieta que es más: metatebeo, quizá; un capricho que deja abiertas un buen puñado de puertas. En el libro se sintetiza una mirada única y personal, cuajada de costumbrismo y de una poética irrepetible. Es un ejercicio peligroso, suicida; un paseo por el alambre sin red, sin pértiga, sin trampas. En él se resumen influencias y querencias, intenciones, experimentos, caminos, accidentes. Veinticuatro horas define, fija, da esplendor. Es una bomba de relojería, una catástrofe natural, un mapa del tesoro. En sus páginas se recogen y se resuelven un sinfín de incógnitas. Su índice lo es también de intereses y enigmas, de búsquedas, de máscaras. Es un diccionario, enciclopedia cíclica, archivo fantasmal. Silva de varia lección en la que el paisaje cotidiano, las calles de cada día, lo que vemos desde nuestra ventana, lo que escuchamos en el ascensor, en el trabajo, en el tren, se convierten en objeto de estudio por parte del explorador marciano, un doctor livingstone supongo enfrentado a una cotidianidad que, a través de sus ojos, se nos antoja ajena y como escrita en clave. Una clave que se resuelve en enunciados bellísimos, herederos de la literatura popular de derribo: Oceanogafía civil, Maravillas de la higiene, Almacén de resucitados, Memorias de un espejo, La higuera luminosa, La costumbre del veneno, La jungla automática. Una clave que oculta el amor de Micharmut por toda esa literatura de a duro que supuso la educación sentimental y estética de múltiples generaciones: mi abuelo me inició en los misterios de Silver Kane y Curtis Garland; fui yo, en solitario, quien, con el tiempo, llegué a Poe y Lovecraft, a Carrere, a Howard y Edgar Wallace. Pero Edgar Wallace estaba ya en las páginas de Dogón, sin que yo supiera quién era cuando leía entonces Dogón: él, Micharmut, llegó antes; siempre. Tan antes que casi nadie se da cuenta hasta que llega allá y descubre las huellas: un montón de papeles, novelas amontonadas, cuadernos cuajados de una escritura compacta, los restos de una hoguera que ennegrecen la nieve.

Y quedan por citar los primeros años del siglo nuevo, esta primera década en la que Micharmut ha descubierto el entorno digital y se ha lanzado a su conquista como el salvaje que tropieza con territorio nuevo y avanza sin mirar atrás, empeñado en dejar su huella y en ver qué hay más allá. Dos bitácoras recogen su afán explorador, por ahora. Una (soloparamoscas.wordpress.com) es una suerte de archivo de campaña que muestra diferentes trabajos del titular, viejos y nuevos: remezclas y nuevas versiones, rescates, homenajes, algún mascarón de proa; restos de mil naufragios, reconvertidos en nitroglicerina. La otra (pulpnivoria.wordpress.com) supone la cristalización del Micharmut que ama la literatura popular y sus formas; una biblioteca efímera, un archivo lleno de sorpresas y de puertas entreabiertas que invitan a más.

Si echo la vista atrás, en fin, compruebo que siempre ha estado Micharmut ahí mucho antes de que llegara yo. Antes de Ware ya él elaboraba vocabularios gráficos nuevos basados en la reelaboración de los clásicos. Antes de muchos otros, ya él hizo de lo cotidiano materia de ficción. Antes que nadie, él fue quien recuperó (recupera aún hoy) la memoria de la vieja literatura popular, la de consumo inmediato, el arte de derribo. Aguardo con impaciencia su nueva aventura. Entre otras cosas, para saber en qué parará nuestro mundillo mezquino, provinciano, en cosa de unos años... para saber de antemano hacia dónde va el medio.

Madrid, 31 de mayo de 2008.


2 comentarios:

Eva Vázquez dijo...

Fantastico

fcnaranjo dijo...

tú, que me lees con buenos ojos...

:-)