lunes, 15 de septiembre de 2008

algo queda

Para terminar con la resaca de Avilés, les dejo aquí un par de textos que escribí para el boletín diario que se edita durante las Jornadas, a propósito de Lola Lorente y Mariel Soria (que tenían, ambas, exposición, como ya sabrán ustedes).


LOLA LORENTE

Uno puede decir Bellas Artes, o puede decir INJUVE; o Racó Jove, o Valencia-Crea; puede hablar de la nominación del Saló de este año como autora revelación, puede hablar del Fanzine Enfermo, de Humo, de Nosotros Somos Los Muertos. Y nada de eso define a Lola Lorente, su mundo, porque son palabras, circunstancias, accidentes. Lo de Lola Lorente es otra cosa, tiene más que ver con cuentos infantiles barrocos, oscuros, a lo mejor un poco enfermizos: el exceso de dulce es lo que tiene, y si el azúcar se corta con veneno, qué se puede esperar. Lo suyo es más onírico, más de contar cosas que no empiezan ni acaban, historias que parecen congeladas en un lugar sin tiempo, cuajadas, como ectoplasmas surgidos de un sueño desordenado y febril.

Uno puede mirar sus dibujos (en su blog, por ejemplo) e intuir que detrás hay más, que cada imagen tiene su historia. Y puede recrearse, disfrutar de esa manera fresca y sorprendente con que resuelve el collage, saltar luego a esas elaboradas viñetas de aire gótico, pobladas de criaturas pálidas y redondas, de ojos grandes, de mirada ida. Y ese color, esa acuarela, ese recorte, esa plumilla, todo es Lola Lorente, su mundo, todo sirve para delimitar una mirada insólita y fascinante, la suya, que turba y atrae, una mirada que hipnotiza.

Hasta hoy, a Lola Lorente le conocemos relatos breves, anécdotas, historias cortas que plantean una atmósfera y construyen personajes de los que querríamos saber más. Hasta ahora, Lola Lorente nos ha contado fábulas de una ternura envenenada, fábulas sin moraleja, oscuras y acolchadas. Los que la seguimos, aguardamos con ansia que se adentre en la novela, que nos cuente un cuento de esos que no acaban a la hora de dormir y se prolongan durante toda la noche, hasta el alba. En la espera, seguimos aquí, mirando. Como sus personajes: mirando.




MARIEL SORIA

Hace ya tiempo que sigo a Mariel Soria. Ha habido temporadas en las que nos hemos separado: ocurren tantas cosas. Pero siempre vuelvo con ella. Con ella y con Mamen, claro. Las conozco, ya digo, desde... ¿finales de los años 70? Contactos, se llamó el punto de encuentro. Allí había más gente, un puñado de amigos que luchaban por vivir su vida de una manera distinta a como la vivieron sus padres. Había en sus conversaciones, en las cosas que les pasaban, mucho de humor, de ironía; y había también una carga crítica que tenía una parte de observación imparcial y nueve partes de dinamita. Y había un aire melancólico, o a lo mejor eso lo añado yo desde hoy, desde la distancia del tiempo que ha pasado (¡y cómo ha pasado!). De lo que sí estoy seguro es de que había cariño; por todos y cada uno de ellos. (Y qué habrá sido de ellos, me lo pregunto a veces.)

Después ya sólo quedó Mamen allí, con Mariel y conmigo. Mamen es una fuerza de la naturaleza. Una fuerza benigna, se entiende: no un huracán, ahora que tan de moda están, ni un terremoto (aunque, bueno, un poco terremoto sí que es), ni una nube de langostas. Es vitalista, es una manera abierta de reírse, es una mirada limpia. Es esa amiga en la que puedes confiar siempre, la que te va a levantar el ánimo aunque tenga que llevarte a rastras. Es la que baila, la que canta, la que pinta su casa de colores vivos para que los que la vean desde el otro lado de la calle se lleven a casa una sonrisa, qué menos. (Mi abuela diría que, además, es una fresca y una golfa, pero Mamen es de las que acaban por ganarse también a la abuela de uno, y eso sí que tiene mérito.)

Con los años nos vemos menos, los tres. Culpa mía: mucho lío, muchas cosas que hacer... De cuando en cuando, eso sí, acudo al kiosco para saber de ellas. Siguen bien, en forma: la una y la otra, mano a mano, empeñadas en contagiarnos a todos las ganas de vivir. Me llevo siempre a casa El Jueves debajo del brazo y una sonrisa en los labios. Qué menos.

(P.D.- Por supuesto, antes y ahora, no estábamos solos Mariel, Mamen y yo; había unos tipos por allí, rondando... A saber qué buscaban... )

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