A mí, el Pudridero de Johnny Ryan me ha recordado mucho (aunque no tiene nada que ver... o igual sí, pero tampoco tanto) al Destroy! de Scott McCloud. Mucho. En ambos casos hay una celebración de la violencia gráfica como ejercicio lúdico. En ambos casos, su lectura produce un regocijo poco habitual, un pelín adolescente a lo mejor, pero muy refrescante. Ambos objetos son, cada uno a su manera, memorables: Destroy! porque era muy grande, superlativo; Pudridero por una edición exquisita (y hablo de la española, desde luego... no conozco la original, pero por los comentarios que me llegan, no está a la altura), elegante y minimalista que le explota al lector entre las manos una vez se aventura a hojear el libro.
¿Más? Lo pedí por correo un poco sin saber muy bien dónde me metía, pero confiado en el olfato de la gente de EntrecomicsComics y de Fulgencio Pimentel (y para aportar mi granito de arena, que el mercado está como está y hay que echar una mano hasta donde se pueda). Llegó a mi casa en un par de días, esta misma mañana: un veloz aerolito rojo, negro y amarillo. Lo he leído de una sentada y lo he disfrutado como se disfrutan los placeres más primarios: comer con los dedos, beber directamente del tetrabrik o pisar los charcos, qué sé yo... esas cosas tan tontas y que te dejan tan contento...
¿Más? No, nada más.
Eso, Pudridero. Para muestra, un botón.
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