Me ha gustado el happy end (dentro de un orden) de la novela de Franzen. De alguna manera, es reconfortante: uno acaba sintiendo tan cercanos a los personajes que se alegra de que les vaya bien, aunque sepa que no sabrá ya más de ellos.
Durante su lectura, Libertad me ha recordado no pocas veces al mejor John Irving (algo que no sé si a Franzen le gustaría), el de El mundo según Garp o El hotel New Hampshire. También me ha recordado a la anterior novela que leí de su autor: Las correcciones. Es decir, estamos hablando de narradores que crean un mundo coherente y complejo en el que introducen al lector de la mano. Estamos hablando de personajes de cuerpo entero, sólidos, creíbles, cercanos. De sus relaciones, de su peripecia vital, de cómo se entrecruzan sus vidas (y, a lo mejor, también las nuestras). Estamos hablando de literatura... o, en todo caso, de eso tan antiguo: ficción, historias en las que perderse. Abrir el libro y perderse, dejarse llevar... pasarse de estación.
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