Se va retorciendo enero, el mes más largo del año, y mientras intento ajustar los controles para navegar en mi universo reseteado, voy a ver de reducir un poco la columna de lecturas recientes que no he comentado por aquí. Me disculparán el formato contenedor, pero así vivo: en montoncitos.
Lo dije hace poco, y me reitero: de lo que más he disfrutado estas últimas semanas ha sido, quizá, de Podría ser peor, compilación de trabajos cortos de Ana Galvañ publicada por Ultrarradio. Son piezas de origen y tono diversos, pero de aliento común. El estilo de la autora, muy reconocible y muy atractivo, encaja con sorprendente facilidad en diferentes registros, del humor a la atmósfera más perturbadora. (Y la portada es una belleza.) Me gusta mucho, ya digo.
En un registro gráfico no muy alejado (salvando todas las distancias pertinentes, que son muchas), Martín Romero ha publicado Las fabulosas crónicas del ratón taciturno, un libro que supera las trescientas páginas y que le han editado Apa Apa y Sinsentido con el cuidado exquisito a que nos tienen acostumbrados. El autor parte de trabajos anteriores para elaborar una reflexión sobre los miedos de la infancia y el abismo que conduce a la adolescencia, en un relato que juega bien con una plástica muy de cuento infantil que contrasta con lo turbio de la narración, potenciándola. (De alguna manera, y ya lo he visto escrito en alguna otra parte, formaría una involuntaria pareja de hecho con otro libro reciente: Sangre de mi sangre, de Lola Lorente. Ambos transitan en paralelo, si bien cada uno desbroza su propio sendero.) Quizá hay un exceso de ambición, no tanto en lo que se cuenta como en el cómo se hace: un arsenal de recursos que a lo mejor no dejan ver bien el bosque.
Jason, por otra parte, no podrá ser nunca acusado de ser excesivo en nada. Astiberri acaba de publicar su último trabajo, Athos en América, otra colección de historias lacónicas que juegan con los géneros clásicos y dejan con ganas de más. Y digo bien: otra. Creo que ya lo escribí en alguna parte: este libro es más de lo mismo, pero ese "lo mismo" me gusta mucho. Poco se puede añadir.
También se puede acusar a Bastien Vivès de caer en el "más de lo mismo" con La carnicería, un librito que publicó Diábolo el mes pasado y del que no he visto que nadie haya hablado. Más de lo mismo, sí, pero con matices. En concreto, es otra vez En mis ojos, pero desde fuera. Resuelta en dos registros paralelos: una serie de ráfagas, secuencias inconexas, que relatan el enamoramiento y posterior ruptura de una pareja; ahí está el Vivès que amamos, el que es capaz de dibujar los matices de una mirada, el que habla a través de los gestos de sus personajes. Por otro lado, un serie de escenas simbólicas, neutras, que enfatizan con crueldad el absurdo de ese enamoramiento y de ese desenamoramiento. El libro es casi un poema, abrupto y probablemente injusto, pero no hay en él nada que no hayamos visto en anteriores trabajos de Vivès (excepto, quizá, un poquito de descreimiento, me parece), para bien y para mal.
La columna ha bajado cuatro dedos. No es para echar cohetes, pero ahí estamos... Pronto, más. Ahora me voy a la cocina, que hay que hacer unas cositas...
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