sábado, 6 de agosto de 2005

aniversarios

De muertes, toca hablar; pero lo hacen ya muchos, en todas las pantallas circundantes, y hasta en los papeles. Hiroshima. Enola Gay. Ya saben...

La semilla nuclear que se sembró hace sesenta años no cuajó únicamente en muerte y destrucción. Dio lugar a un trauma nacional, dio lugar a una sombra que, desde entonces, planea sobre todos nosotros, una amenaza permanente que los diferentes vaivenes internacionales (caídas de muro, nuevos mapas, alianzas inéditas) no han podido desterrar.

Dio lugar, también, al nacimiento de Gojira y de una serie de ficciones espectacularmente crepusculares que, desde entonces, nos acompañan y hasta nos definen.

Dio lugar a que cada año, los televisores del mundo entero se pueblen con imágenes de pesadilla en un gris sucio y poroso, acompañadas por el gesto adusto, de circunstancias, de tantos gobernantes que miran al horizonte, ceremonias de luto, flores y campanadas.

Año tras año, la fecha se ha transformado en eso, una ceremonia, casi una obligación social vaciada de contenido.


(Deberes para hoy: recuperar, si hubiera suerte, Lluvia negra, esa película espectral; en su defecto, repasar Gen de Hiroshima, el manga de Keiji Nakazawa.)