Creo que Ardalén, el último libro de Prado, peca de sobreexplicar las cosas. Lo he leído despacito y con atención, como debe hacerse. A trocitos, como una novela gorda. Me he dejado llevar por la historia, me he dejado encantar por los personajes y el clima mágico. He disfrutado del buen hacer del narrador, incluso cuando se le ve venir... y a esto voy: el material adicional que complementa la narración, esos textos sobre el misterio de la memoria y cómo nuestra identidad se articula en torno a nuestros recuerdos, incluso si son falsos, los documentos que van desvelando que no todo es como parece... son demasiadas pistas, como si Prado se quisiera asegurar de que no nos perdemos. De la misma manera, las secuencias que leemos después de que la historia termine no me parece que aporten nada a ésta. Yo creo que nunca hay que contarlo todo, siempre hay cosas que se deben dejar a la intuición del lector y que él elabore su propia visión de la historia. Prado lo sabe bien, y lo ha hecho otras veces.
En cualquier caso, una pega. Una única pega para un libro conmovedor y casi redondo que, probablemente, se va a llevar todos los premios del mundo.
(Y no, del Prado dibujante no hace falta hablar. Aquí está inmenso.)
2 comentarios:
Estoy de acuerdo. Hay un punto hacia la mitad en que percibes cierta reiteración (demasiadas visitas a la casa) aunque remonta porque pasan cosas. Luego, y eso es lo peor, están esos epílogos, esa consecución de finales que te alejan de verdadero (y bellísimo) climax. Cuando lo cierras la poesía se ha diluido y te queda el regusto que algunas películas actuales también dejan: demasiados finales.
Es una obra muy hermosa y por eso es una pena. Con recortar un pelín su extensión y ese querer cerrarlo todo sería aún mejor. De todas formas, el viaje es bello y siempre digo que hoy está sobrevalorada la importancia que se da a la conclusión de las historias
me alegra coincidir
en todo: el viaje es bello, sí... con sus pegas, el libro es de los que se guardan
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