domingo, 10 de octubre de 2004

sesión de tarde.

El cielo sigue gris. La cosa, parece, se pone seria ya...

Pasta y vino tinto. Tras la sobremesa, Big Fish.

Tim Burton es uno de esos casos de marciano integral que, a veces, produce la máquina de hacer dinero de Hollywood. Su universo personal, inconfundible, bebe de fuentes que deberían repeler a los Estudios. Su sola presencia de mad doctor admirador de Robert Smith, le habría mantenido alejado de cualquier plató (a fuerza de palos, de ser necesario), de no haber nacido con la suerte de cara. (De sus chicas no hablaremos... Eso sí es tener la suerte de cara...)

Leer cualquiera de sus entrevistas es una experiencia... equívoca. Un tipo seguro de sí mismo, al que no le duelen prendas en afirmar, con desparpajo, que no le gusta leer, que toda su cultura viene, mal que bien, de las viejas películas de monstruos que veía de crío. Un tipo que se dibuja sus propias historias (versiones azucaradas, en su mayoría, del mundo de Gorey; cuando no del Dr. Seuss), amante de los efectos especiales artesanales y los argumentos delirantes pero con final feliz. Un tipo que firmó joyas del existencialismo teen como Vincent o Eduardo Manostijeras, capaz, también, de despropósitos referenciales como Marte Ataca! y de correctos trabajitos de encargo como su Planeta de los Simios. Un tipo que se descuelga, de pronto, con una joya como Sleepy Hollow, oscura, romántica.

Un tipo que así, sin que nadie supiera muy bien qué saldría de ello, se planteó (o aceptó el encargo de, tanto da) rodar Big Fish.

¿Qué es Big Fish? Se puede decir que es la historia de la relación de un hijo con su padre, equívoca y llena de desencuentros. Se puede decir que es una reflexión poética en torno a la magia de contar historias. Se puede decir, también, que es un mero cuento de hadas, uno más en la carrera de su director, aficionado a tan fértil género.

Big Fish es un cuento dentro de otro. Y es, sí, una película que sólo Tim Burton hubiera podido filmar. Inventiva y mágica. Poética. Barroca.

Big Fish es un puñado de actores que disfrutan suplantando a sus personajes. Un diseño de producción ejemplar. Una banda sonora (como siempre con Elfman) un poco excesiva, quizá...

Big Fish es, en suma, una película conmovedora. Quizá no la mejor de su director. (Todo va en gustos; yo dudo entre Eduardo y Sleepy Hollow... Por no hablar de Ed Wood, claro.) Sí una de las mejores que he podido ver en los últimos meses.

Anda ya por ahí en DVD. Háganse todos un favor: no dejen de verla, y ya hablamos, si eso...