Hablar en un bar. Con una cerveza fría, con una copa. Un cigarrillo (opcional, ojo). Charlar. De lo divino y de lo humano. (Más de lo humano: nos pilla más cerca, a todos...)
Uno de los placeres de la vida.
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Me cuentan hoy de la inauguración, el pasado viernes, del Espacio Sinsentido, que fue concurrida y chispeante. (En distintos foros de opinión se siguen haciendo unos chistecitos un poco tristes al respecto... La navaja en la liga, siempre, no sea que. Excluyentes, dicen, y señalan con el dedo. ¿Excluyentes?) Tengo que acercarme por allí; a ver si una mañana... (Y les cuento.)
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Por lo demás, qué les cuento: somos razonablemente europeos ya. ¿La abstención? Antes era casi un crimen (en las generales); ahora, un artefacto más para lanzarse unos a otros a la cabeza. (Demagogos.)
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(Y, en las tiendas, se puede comprar ya el primer volumen de La época de Botchan, que tiene una pinta más que apetecible. Taniguchi, sobre guión de Sekikawa. Buena edición de Ponent Mon.)