Son estas cosas.
Por ejemplo, el paisaje de camino a Asturias. El viaje por carretera (o en tren) se justifica por ese momento mágico en el que uno sale de un túnel y descubre que se ha descolgado un ambiente brumoso de repente, que los peñascos alrededor están cuajados de verdor, que el cielo es otro cielo y la luz es otra luz. Y esos edificios comidos por la humedad, emboscados y dignos. Y esas chimeneas que se elevan como un gesto altivo, ladrillo manchado de musgo, bellísimas. Integradas, accidentes felices de un paisaje vivo y evocador.
Por ejemplo, la idea de la extinción. Terrible. Nadie parece asumir el horror del concepto: la extinción. Que no quede nada, apenas una huella inútil en la cadena de ADN, calderilla genética. La memoria, si uno tiene suerte y se es lo suficientemente icónico: dinosaurios y dodos. Pero hay tantas especies que han sido borradas de la faz del planeta y que no han dejado a su paso más que, en el mejor de los casos, una huella fósil...
Y la vida sigue. El paisaje se recupera con rapidez de los peores cataclismos, incluso de los que provoca el hombre. En un puñado de años, apenas un suspiro en tiempo geológico, no quedará rastro del hormigón... o no quedaría, de desaparecer nosotros. Pero quizá, quién sabe, alguien volverá a mirar las estrellas con el fuego de la curiosidad en sus ojos; antes o después.
O no. Quizá la mejor estrategia de la vida para no desaparecer no sea la inteligencia...
Y la vida sigue. El paisaje se recupera con rapidez de los peores cataclismos, incluso de los que provoca el hombre. En un puñado de años, apenas un suspiro en tiempo geológico, no quedará rastro del hormigón... o no quedaría, de desaparecer nosotros. Pero quizá, quién sabe, alguien volverá a mirar las estrellas con el fuego de la curiosidad en sus ojos; antes o después.
O no. Quizá la mejor estrategia de la vida para no desaparecer no sea la inteligencia...
Por ejemplo, las arenas de Marte. La idea de adaptarnos a otro entorno, o adaptar a nosotros el entorno. Quien ha leído suficiente ciencia-ficción no se sorprende al tropezar con conceptos que a otros alarman o extrañan: clonación, manipulación genética, inteligencia artificial, terraformación... Y son conceptos tremendos, de una trascendencia inquietante: por lo que suponen, por lo que abarcan. Imágenes de un Marte frondoso, cubierto de vegetación verde, con sus canales recuperados de la ficción para llevar agua hasta el último rincón... ¿Marte? Marte, sí. (No hablamos de poner un campo de golf en la cima de Olympus, hablamos de cosas más complejas y trascendentes.)
Por ejemplo, ay, esas actitudes incomprensibles, ese integrismo que ve al planeta como una mascota mimada a la que no se deja pisar el asfalto, no se vaya a hacer daño... Esa cerrazón: no a todo lo que suponga cambio, no a cualquier cosa que tenga que ver con avance técnico o que deje caer la sombra de una duda sobre depende qué. Los glaciares se fundirán y la línea de costa cambiará, la temperatura subirá dos, tres grados, habrá más sequías y más inundaciones... y a todo nos adaptaremos, y no será todo más que un episodio más que, en unos años, ni siquiera se mencionará: habrá cosas más importantes, o más inmediatas, de las que ocuparse. Y también de esa saldremos.
Y, si no... el dodo y el triceratops no son mala compañía...
Y, si no... el dodo y el triceratops no son mala compañía...
3 comentarios:
GUAU. Excelente post
Gracias, compañero.
:-)
Vaya si lo es!!
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