jueves, 6 de diciembre de 2007

cruasanes

Mientras vuelvo a casa con el pan caliente y un par de minirroscones recién hechos leo la última página del diario, una entrevista con Esther Tusquets a propósito de su reciente libro. (Me gustan mucho muchos libros de esta mujer, y me suele interesar lo que dice.) Me hace gracia que se hable del Café de la Ópera, me trae buenos recuerdos.

Está justo enfrente del Liceo y es un establecimiento con sabor añejo, que huele a café caliente, a bollos tiernos y a madera polvorienta. Un lugar oscuro, como de película de posguerra. En él desayuné las veces que fui a Barcelona, al Saló, hace ya un buen puñado de años. Había un ambiente bullicioso por las mañanas, con muchos estudiantes de aire extranjero que contrastaban no ya con la atmósfera del Café, sino, y sobre todo, con la adusta actitud de unos camareros que parecían arrancados de estampas de época, camareros de los de antes, delgados y secos, eficientes, casi amables, casi casi. Y había unos cruasanes que eran una pura delicia y la razón principal de que desayunáramos allí y no en cualquier otro sitio, ligeros, tiernos, grandes... Y, claro, de los cruasanes he pasado, en mi cabeza, a los hoteles y a las calles de Barcelona, la Barcelona que conocí fugazmente en esas visitas, a sus bares y sus restaurantes, y la gente que conocí entonces y allí. He recordado un hotel modernista, vetusto, a espaldas del Liceo, con paredes decoradas y una escalera de hierro y madera; con grietas y un aire decadente y teñido de verde mar y de húmeda penumbra. He recordado largas horas en el Saló, haraganeando en la zona profesional. Una rueda de prensa con König. Un día que Sandra Uve se acercó para darme las gracias por una reseña que escribí sobre su fanzine Ponette. Comer con noventa, largas sobremesas, pasear Rambla arriba y Rambla abajo, los puestos de flores y el asfalto húmedo. Sempere y su chica, y la hermana de su chica. Y Pérez Navarro. Lorenzo, hiperactivo y ubicuo. El largo viaje en litera, el metro que entra en el andén por la izquierda. Los olores, las fachadas. El mercado de la Boquería.

Hace muchos años ya, y me alegro de comprobar que aún existe el Café de la Ópera, me alegro mucho. En Barcelona, dice doña Esther, sólo quedan dos... una pérdida terrible. Confío en que, si vuelvo un año de estos al Saló (si viajo allá por cualquier otra razón), no lo hayan cerrado y pueda volver a desayunar uno de esos cruasanes exquisitos que van unidos, en mi memoria, a Barcelona y al Saló, y a un puñado de gente. (Y, también, a un momento, a una época...)

5 comentarios:

AnnieChristian dijo...

¡Ah! Cuantos recuerdos me has despertado, yo también soy habitual del lugar cuando voy a Barcelona, aunque ya hace unos cuantos años -tres, cuatro, no sé- que no tengo la ocasión. Lo has retratado tan bien...

fcnaranjo dijo...

Oh... no, lo mío era en pesetas.

:-)

tirafrutas dijo...

El lugar sigue ahí, impertérrito, pero la Rambla ya es otra cosa. Sólo parece renacer en Sant Jordi (23 de abril), el resto del año es una pasarela de guiris a cuál más burro.

absence dijo...

Por cierto, don Francisco, que si regresa, algún día, al Café de la ópera, me avisa. Por comerme un cruasán con usted lo digo.

fcnaranjo dijo...

Eso está hecho, maese Absence. Cuente con ello.

:-)