lunes, 1 de febrero de 2010

(más) matices

Alguien a quien conozco me contaba de su hija, que se fue a vivir a Copenhague. Estaba contenta y hablaba con admiración de las políticas sociales de las que podía beneficiarse: no sé si llegó a comentar lo de atar a los perros con longanizas, pero a puntito estuvo.

Eso sí, la hija se dio cuenta enseguida de que, empadronándose donde vivía tendría que pagar una serie de impuestos considerable, así que lo hizo en otro lugar cercano donde se pagaba menos. (Algo así: hace ya un tiempo y no recuerdo bien el chanchullo...)

Es decir: beneficios sí, todos. Obligaciones, arrimar el hombro, eso no... eso, que lo hagan los demás.

Si multiplicamos esto por la generalidad de un país tenemos esto, que he encontrado en casa de la vecina. (Y lo peor, creo, no es que la gente defraude a Hacienda... Lo peor es que todo el mundo lo considere normal.)

1 comentario:

javi dijo...

En parte es que también hay una percepción, bastante justificada, de que la Administración no es ejemplar. Entonces, quien más quien menos, piensa que para que lo malgaste otro, mejor en casa. Y como durante la bonanza el dinero, pese a ello, fluía a carretadas -lo que fluía en realidad era la deuda, que esa es otra, y bien gorda-, pues los señores de la Administración encantados: había para todos, y de sobra.

Porque lo de las facturas con Iva o sin Iva es muy difícil controlarlo, pero, no me diga, el precio por el que se han escriturado los pisos estos años... es que da la risa solamente pensar que no supiesen nada, pero como no había la menor intención de pinchar la puta de burbuja inmobiliaria, porque hubiese significado una caida de ingresos, pues fiesta y adelante.