Cautivo y desarmado, el pueblo de Madriz ha sido entregado al capricho de viejos poderes fácticos: la iglesia más arrogante y
la chulería policial, propia de otros tiempos. Mientras tanto, nuestros dirigentes sonríen beatíficamente y qué bonito es todo. Y uno se siente en un escenario de opereta rancia...
avergonzado.
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