De vuelta, cansado y ligeramente empachado, tengo al alcance de la mano
El Libro, editado por la Semana Negra con la ayuda de Pepsi y con un plantel de colaboradores de campanillas que han adaptado, desde sus diferentes miradas, fragmentos de la Biblia o de sus obras de cabecera. Se presentó el sábado con la habitual avalancha de público (se regaló ese día y en ese momento) y la firma colectiva de los autores que estábamos presentes.
Como era de prever, no vi lo que tenía previsto ver. Bien porque la lluvia inoportuna nos atrapó bajo unos soportales, bien porque los paseos vespertinos se alargaron más de la cuenta. Pero sí estuve, claro, en la charla sobre el actual panorama de la Historieta de por acá: se derrochó entusiasmo y se discutió, unos a favor de abolir el pasado y empezar de cero aprovechando las nuevas tecnologías, otros reivindicando un papel más activo de la crítica... Todo el mundo coincidió en que hay hoy más oferta que nunca para el lector, más posibilidades de publicar para el autor... y mientras unos señalaban la necesidad de alcanzar a un público no habitual de tebeos que está ahí, sí, otros planteaban lo absurdo de abandonar al público infantil y juvenil. Y esas cosas.
Paseé mucho, disfruté de la cercanía del mar, comí de manera compulsiva, charlé y reí con ganas. En buena compañía, de por aquí y de por allá. Como siempre, en fin. La Semana Negra es, antes que nada, un encuentro entre amigos, de los que te llevas de casa y de los que ves de año en año; incluso alguno ha habido esta vez al que he recuperado después de mucho tiempo. Y así, ya imaginarán... pues que da gusto ir.