dominical

Y soleado.

Esta mañana he dedicado un buen rato a leer la prensa, que venía con dos o tres cosas jugosas. Por una parte, y por poner ejemplos, la entrevista con Simón Peres, que me deja con un convencimiento que ya tenía, pero que él remacha: no hay solución mientras los interlocutores sean los que son y las voluntades, de unos y otros, sean las que son. (Una coda: el incidente, o como se quiera llamar. Es decir, lo importante no es que se sigan edificando viviendas en la zona ocupada de Jerusalén, sino que se anuncie justo con el enviado yanqui en plena misión de puesta en marcha de nuevas negociaciones. Es decir, las disculpas se le piden a los EEUU, no a los palestinos. Pero de dejar de construir no se habla, claro. Así no, ¿no?)

Luego, datos sobre más represalias de posguerra. En esta ocasión, y mientras todavía colean los datos desenterrados sobre campos de concentración franquistas, la represión que se ejerció contra las mujeres del bando que perdió la guerra. Ya saben, aceite de ricino, escarnio público y lo que no se suele contar... (Despacio, se va hablando del lado más oscuro de ese periodo que desde nuestra derecha se empeñan en calificar como de extraordinaria tranquilidad, o como antesala de una España moderna.)

Y una entrevista con Guillermo Saccomanno a propósito de su novela El oficinista, ganadora del Premio Biblioteca Breve. (Saccomanno, les recuerdo, escribió excelentes guiones de historieta para gente como Horacio Altuna, por un poner.)

(Y, además, la Defensora del Lector de El País se disculpa por un polémico artículo sobre homeopatía que el diario publicó hace unos días y que generó debate por su equívoca manera de afrontar el tema.)

Un buen rato de lectura, ya ven. Y ahora, una vez entrada ya la tarde, me van a disculpar si me pongo con lo mío, que tengo cositas por hacer... Ya luego, si eso...