Les cuento.
El nuevo libro de Sascha Hommer me intrigaba, porque su Insekt (publicados ambos por Sinsentido) me sorprendió y me gustó. Cuatro ojos es una historia de adolescencia y droga narrada con un desapego pulcro, casi antropológico. Demasiado distante para mi gusto, pero técnicamente irreprochable.
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Por contra, del nuevo libro de Aude Picault esperaba mucho y no me ha decepcionado. Travesía vuelve a tener a la misma muñequita que hacía chistes sobre la dictadura de la tanga en las dos entregas de Rollos míos, trasunto de la propia autora, pero en esta ocasión la historia que se enhebra tiene más recorrido, aunque no brille por su originalidad: la crisis personal, el estrés de la vida cotidiana, la alienación y esas cosas... y el autodescubrimiento, la aventura personal, esa fascinación un poco papanatas por la vida vagabunda de unos marineros tan encajados en el cliché que casi parecen sacados de un anuncio de colonia masculina... Pero es que, más allá de filosofías de la señorita Pepis, la Picault demuestra su buen pulso para el apunte de costumbres y de tipos, y se sobra con un trabajo gráfico espectacular, expresivo, muy bello en algunos tramos.
Leí también El carro de hierro, de Jason. Y me gustó, si bien es cierto que no está a la altura de sus títulos posteriores. Me gustó porque el autor sabe imponer su propia personalidad, su voz, a la adaptación de una novela policial clásica de su tierra, si bien se ve que todavía está probando recursos y cómo no ha madurado todavía su estilo, tan sintético luego, tan reconocible.
Y leí la tercera entrega de Rosalie Blum, de Camille
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