Esta mañana, caminando para el trabajo, he visto a alguien que, sentado en un banco del Paseo del Prado, liaba un cigarrillo mientras tomaba el sol. Y me ha venido a la cabeza lo extraño de que vuelvan determinadas cosas al ámbito de lo cotidiano: el tabaco de picadura, como lo llamaban los abuelos cuando yo era un chaval, o salir a comprar llevando de casa la bolsa de hule o de tela, como hacíamos por esa misma época. En mi casa estaba colgada detrás de la puerta de la cocina; ahora la tengo plegada en el armario de la entrada, y vuelvo a usarla como la usaba entonces. Me gusta, además, que esas cosas vuelvan. Me gusta salir al mercado con la bolsa debajo del brazo. Me gusta el sabor de los cigarrillos liados a mano, la sensación de fumarlos... Si todavía fumara, fumaría tabaco de liar.
Esas cosas pensaba de camino al trabajo. Después, la tarde se ha dado bien, pasó rápida y en buena compañía. Y, a la salida, una paradita con caña antes de bajar a la estación para recuperar costumbres de hace menos tiempo...
Así se fue el día...
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