Y vi a
F, que estaba de visita. Que no huyó a París ni se ocultó en los submundos de Erik. Que no vive ya en Madriz.
F, que estaba ayer radiante: pálida, grande y de negro, con su boca roja y esas gafas oscuras en cinemascope que le sirven de máscara y la hacen más enigma y más diva y más de mentira.
Por lo demás, una tarde que se precipitó despacito hacia un frenético caos de andar por casa.
Por la noche, McSteed y la Señora Peel. Y a la cama.
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