alfa y omega: Pobre marinero y El gusto del cloro

Entre mis lecturas recientes hay dos libros sorprendentes que, siendo antípoda el uno del otro, van de la mano a la hora de plantear maneras poco habituales de narrar. O de contar, más bien... que quizá es lo mismo, pero no del todo. Por un lado, Pobre marinero, de S.A.Harkham (Apa-Apa); por el otro, El gusto del cloro, de Bastien Vivès (Diábolo).

El primero adapta una narración de Maupassant y cuenta la peripecia de un leñador que abandona todo (su mujer, su vida) para embarcarse en una larga travesía, y lo hace utilizando con mucha inteligencia la elipsis como herramienta principal. El resultado es un libro reposado y melancólico, muy hermoso, muy breve también, en el que la aventura queda en un segundo término y es la mirada del protagonista, perdida siempre en el horizonte, la que nos lleva de la mano hasta el amargo final.

El segundo es casi negativo del primero, por así decir. El gusto del cloro cuenta una anécdota apenas significativa, el enamoramiento que un muchacho va dejando crecer hacia una chica sin nombre con la que coincide en la piscina cada semana. Él va por prescripción médica (problemas de espalda), ella lo hace, intuímos, porque disfruta nadando. Llegan a entablar una frágil relación hecha de miradas, frases cruzadas y poco más. Un buen día ella no acude, y la sensación de vacío, la decepción, invade por igual al protagonista y al lector.

Cara y cruz de una misma moneda: la compresión de una historia que podría contarse en muchas más páginas de una manera convencional y lo contrario, una anécdota que podría dar para un puñado de páginas y que sin embargo crece y se transforma en una experiencia sensorial (sensual) y pasa a ser mucho más que lo que se cuenta, pasa a ser vehículo de sensaciones y emociones.

(Las ediciones, además, acompañan: en especial en Pobre marinero.)