Por la mañana, preparar algunas cosas, asegurarme de que no me olvido de nada. Echar un ojo al correo, cerrar las ventanas. Acordarme del libro para el Metro.
Después, algunos reencuentros. Felices, todos. Es agradable volver a ver a gente con la que, de una u otra forma, compartes mucho tiempo, muchas cosas, desde hace... muchos años.
Las cosas siguen más o menos igual. Peor, en algún caso. Hay contratos a punto de terminar, hay alguna ausencia... celebrada. Sorprendentes emparejamientos. Y el mismo ambiente enrarecido: ese convenio colectivo que no acaba de terminar de negociarse, esa polarización en dos posturas, esa sensación general de que algo no va, y lo poco que va es a peor.
El tiempo pasa, llega la hora de salir.
Una caña con un par de amigos antes de volver al Metro (qué calor, todavía), antes de volver a casa.
El día ha ido bien.
Ahora, antes de meterme en la cama, asomado a la ventana, escucho murmullos de tráfico, de televisiones, de charlas... La noche huele bien. En el alféizar, mis cactus siguen, asalvajados, invadiéndome. Me los regaló una buena amiga (la mejor) hace unos años. Y ahí están, con un aire un poco abandonado, incluso precario... pero bien vivos. Tampoco este verano he encontrado tiempo para cambiarlos a unos maceteros más grandes, darles más espacio, más tierra...
Siempre, cada verano, se quedan sin hacer unas cuantas cosas...
Después, algunos reencuentros. Felices, todos. Es agradable volver a ver a gente con la que, de una u otra forma, compartes mucho tiempo, muchas cosas, desde hace... muchos años.
Las cosas siguen más o menos igual. Peor, en algún caso. Hay contratos a punto de terminar, hay alguna ausencia... celebrada. Sorprendentes emparejamientos. Y el mismo ambiente enrarecido: ese convenio colectivo que no acaba de terminar de negociarse, esa polarización en dos posturas, esa sensación general de que algo no va, y lo poco que va es a peor.
El tiempo pasa, llega la hora de salir.
Una caña con un par de amigos antes de volver al Metro (qué calor, todavía), antes de volver a casa.
El día ha ido bien.
Ahora, antes de meterme en la cama, asomado a la ventana, escucho murmullos de tráfico, de televisiones, de charlas... La noche huele bien. En el alféizar, mis cactus siguen, asalvajados, invadiéndome. Me los regaló una buena amiga (la mejor) hace unos años. Y ahí están, con un aire un poco abandonado, incluso precario... pero bien vivos. Tampoco este verano he encontrado tiempo para cambiarlos a unos maceteros más grandes, darles más espacio, más tierra...
Siempre, cada verano, se quedan sin hacer unas cuantas cosas...