Las nubes se han ido, parece. (Están en ello.) Hace sol. La primavera está ahí mismo, a un tiro de piedra...
Encerrado en casa, esperando a que llegue un mensajero que... bueno, que no llega, parece. Que no llega. Y no he salido ni a comprar el pan, ni a comprar el periódico, ni a comprar las cuatro cositas que debería traer del mercado de al lado... por esperar a que llegue este señor que no llega, que es que no acaba de llegar. Y ni me concentro en lo que tengo que concentrarme, ni termino de decidirme a pasar de él y que hubiera estado a su hora, qué demonio...
Y la semana se presenta más o menos así. (Incluso el mes, pero no nos pongamos apocalípticos.) Más o menos de espera a ver si acaso, o a ver qué pasa. Espera lenta. Espera, sospecho, inútil. Y algo le pasa al tiempo, que parece que no pasa y ya es otro día, otra semana, otro mes, pero los días, las horas y el pantano pegajoso de los minutos, se hacen eternos. (Aunque haya días que sí, no se vayan a creer... días que da gusto. Pero no tantos...)
Y este señor que no viene, que no llega. Minutos, folios emborronados que acaban por no ir a ninguna parte y a ver si esa voz en el portal, pero no, claro... y vaya manera de pasar una mañana de lunes, joder... Cosa de llamar, ver qué pasa, anular... (pero a ver entonces cuándo, que las mañanas no abundan, ya saben; las mañanas libres).