sábado, 5 de enero de 2008
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Leer el Diarios de festival 2 de Ángel de la Calle es como escucharle hablar a él, a su autor. Y eso es decir mucho. Sus amigos solemos decir de Ángel que es capaz de vender polvorones en el desierto, así de rica y hechizante es su labia. (Sus enemigos... a saber qué dicen, sus enemigos: no conozco a ninguno, aunque me consta que más de uno sí tiene; ellos sabrán.) Compartir un ratito con él es siempre escucharle embobados, y aprender. Se aprende un huevo, escuchando hablar a Ángel de la Calle. Recuerdo, cuando el pasado septiembre estuve en Avilés, una mañana en el hotel, durante el desayuno: allí apareció él, recién llegado de Gijón en autocar, efervescente de energía. Se sentó en nuestra mesa y, mientras devoraba un bollo de tamaño respetable, estuvo un buen rato contando de la historia social de Avilés, de Gijón, de toda Asturias: sindicatos, mineros, políticas culturales y de protección del trabajador, subvenciones. Luego pasó al clima, a la arquitectura propia de la zona. Y luego ya se centró en un puñado de anécdotas en torno a Prado y sus diferentes encuentros con él, de la película, de sus hijos; y del viaje que hizo a Brasil para presentar su Modotti... todo enlazado, fluido y natural. Todo, ni que decir tiene, apasionante. Como un encantador de serpientes, nos tuvo más de media hora encandilados... y es siempre así, siempre tiene algo que contar, siempre consigue despertar tu curiosidad, tu interés y tu entusiasmo. Se desvive por lo que hace y por lo que ama... y lo que ama y hace es justo esto de lo que hablamos por aquí, de cuando en cuando: tebeos.
En Diarios de festival 2 se recoge su experiencia en diferentes festivales a lo largo de 2006. (El propio título lo dice, sí.) Pero no sólo es eso. El libro es también un diario personal, una reflexión en torno al medio y una especie de exorcismo personal, un toma y daca con la página en blanco en el que Ángel se plantea su propio trabajo, su manera de abordarlo, sus dudas y sus entusiasmos. Es también una tribuna pública en la que nos habla de sus lecturas y de sus proyectos, de sus amigos; y de esos momentos que son pura contemplación: un ratito en un café dibujando la taza y el plato sobre la mesa, una ventana por la que mirar la fachada de enfrente.
El planteamiento metodológico es claro: tinta e inmediatez, nada de correcciones, apunte a pie de obra. Él mismo desvela su inspiración directa: los diarios de Sfar y Trondheim (pero sobre todo los de Sfar, mucho más libres y caóticos, llenos de vida y afán de reflejarla). El planteamiento militante, si me permiten el palabro, es también claro: hacen falta productos así en nuestro mercado, hace falta demostrar en la práctica la infinita capacidad del medio para contar y decir, para abordar miradas y sentires. Y, si la solución pasa por autoeditarse, sea. La anterior entrega, él mismo lo cuenta, vendió por encima del mínimo imprescindible. Confiemos en que este segundo libro supere al primero.
En cuanto al contenido, qué quieren... ya digo que es como escucharle hablar a él. Es decir, que uno cierra el libro sabiendo más que antes de leerlo, y con muchas ganas de releer Trazo de tiza y Modotti, con muchas ganas de leer los tebeos de Menu, con muchas ganas de conocer Portugal, Sintra. Y con muchas ganas de que Ángel se decida a hacer esa historieta con Rimbaud, y esa otra sobre los japoneses terroristas. Y con muchas, muchas ganas de hacer cosas, de producir, de leer y de escribir, de aprender, de preguntarse, de abrir los ojos de par en par.
No se lo pierdan. Háganse un favor y pídanlo a su librero de guardia.
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