mistigri

Acabo de leer Mistigri, porque por alguna parte había que empezar a atacar las novedades que me traje el viernes a casa y porque es, de todos, el libro que mejor huele cuando se abre y mientras se lee.

Mistigri está firmado por Nacho Casanova y por Stygryt, y sería fácil definirlo como un puñado de recuerdos de infancia, que además es lo que es, pero es que ser, es más que eso; lo malo es que no lo voy a saber explicar.

Mistigri funciona como esa memoria imprecisa que tenemos de las cosas que nos ocurrieron hace mucho tiempo, cosas que a lo mejor ni siquiera nos ocurrieron a nosotros, o no entonces, ni así. En sus páginas hay olores y texturas de una infancia concreta, pero esos olores, esas texturas, lo son también de todas las infancias. Quizá por eso nos reconocemos en el niño Titú, que no es como fuimos pero podría ser que sí y, en todo caso, alguna vez imaginamos todos una vida como la suya.

(Lo que decía, que me estoy liando y dejo bien poco claro.)

Diría que Mistigri tiene en Nacho el dibujante ideal, porque esa línea rota e imprecisa se parece mucho a como se ven las cosas en los recuerdos. (Y vaya trayectoria la de Nacho, por cierto, estos últimos dos o tres años: está imparable, y cada libro que entrega es mejor que el anterior.) Y hay que decir, también, que Stygryt borda los guiones. Quizá ayuda que son suyos los recuerdos en los que se basan, pero la sutileza con que arma el rompecabezas y deja entrever la historia que hay detrás, la que se adivina entre parpadeo y parpadeo, no es poca cosa.

Diría que hay que leer Mistigri por muchas razones. Y que no se me olvide señalar que la edición de De Ponent es impecable... y lo bien que huele, ay.