miércoles, 3 de noviembre de 2004

el día siguiente...

Amanece gris. Muy gris.

Hace frío.

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Bonita anécdota. A saber:

Imaginen al director de un museo de importancia. Museo público, claro. Dependiente del Ministerio de Cultura y todo eso. Un tipo alto y de aire un tanto melancólico, a ratos.

Imaginen una noche, de no hace mucho... A eso de las doce y media, qué caramba. Y el señor llama a la puerta del dicho museo. Va acompañado de una señorita.

El encargado de la vigilancia nocturna tiene un reglamento estricto que cumplir, y un sentido de la ironía muy desarrollado: para que el señor entre hay que montar un dispositivo considerable, que incluye avisar a la policía; por supuesto, la señorita no puede, bajo ningún concepto, pasar. Y menos si no se identifica, como es el caso.

Cara de perro por parte del cargo, que se niega a creer semejante afrenta. Retirada y llamada al responsable supremo de la seguridad del lugar, que, a su vez, llama al currito para darle instrucciones específicas de que señor y señorita pueden, por amor de dios, pasar.

El encargado de la vigilancia nocturna accede, claro, no sin dejar claro que lo hace por orden directa de su superior.

Bonita noche. Bonita actitud cortijil, si se me permite el palabro...

Así nos va, en fin, a todos... en todas partes.

(Lo que no quita, eso sí, que la anécdota no haya dado, en el citado museo, para unas risas...)



Anécdota, ni que decir tiene, que yo no he contado. Insisto, ni he contado ni he escrito ni nada. No sea que luego...


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Por lo demás, parece que en los EEUU vuelve a ganar el favorito de Aznar.

Vaya...