Madrid amanece hoy fría y embozada en niebla. Una mañana como de cuento de fantasmas.
Es domingo ya. O todavía.
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Hablando de fantasmas... Ayer me dieron a leer un recorte; la columna de Pérez Reverte. No sé cuándo se publicó, por fuerza ha de ser reciente: hablaba, con su prepotencia habitual, de algo que presenció mientras aguardaba para entrar en la exposición del faraón muerto. Y, con su habitual prepotencia y chulería (de la mala, de la que va cargada de desprecio), embestía contra una taquillera del Museo Arqueológico que cumplía con su trabajo. (Quizá no con la cortesía que sería deseable: quien haya presenciado la avalancha de gente que la exposición ha atraído podrá, a poco que no sea chulo y prepotente como el escritor, hacerse una idea, y hasta entender a la señora.) Al parecer, dos chavales jóvenes pretendieron que se les cobrara la tarifa reducida de estudiante, pero no llevaban los documentos acreditativos de rigor; sí tenían carnets de la biblioteca de una Facultad, algo que, con cuidado, puede uno conservar durante toda la vida sin que ello signifique que durante toda la vida está matriculado en dicha Facultad.
El escritor arremetía con toda suerte de vocablos despreciativos contra la señora, la acusaba de tenerle envidia a la muchacha, más joven y guapa que ella, incluso en algún momento se le escapa el apelativo de cacho perra; la acusaba de asesinar vocaciones, de estar avinagrada, de ser una funcionaria de esas de opereta, de las de no porque no.
Al final, al parecer, la chica (a Reverte se le olvida el muchacho acompañante; algo me dice que, de no ser por ella, el incidente ni le hubiera llamado la atención...) paga la diferencia (un euro y medio: ni a dos cañas llega el importe, ya ven) y se va de allí "como una señora".
No lo leí con detalle, sólo por encima. Por puro encabronamiento.
Señor Reverte, aunque nunca lea esto debo decirle que las normas obligan a quien compra y a quien tiene que vender, al visitante y al taquillero. Que si hay una serie de documentos que dan derecho a un descuento, son esos los documentos que hay que mostrar, no cualquier otro. Y no porque el "funcionario" (término que, engarzado en la prosa pendenciera del escritor, suena más que despectivo: ofensivo) quiera, sino porque así está escrito, y su trabajo es hacerlo cumplir.
¿Usted quiere abogar por la gratuidad de los museos? Bien, ataque a quien corresponde, apunte alto, exija a los Ministerios que toque. (Le aconsejaría, eso sí, que se paseara antes por los Museos grandes un día de entrada gratuita... y juzgara entonces la conveniencia de su petición...)
Pero en su diatriba sólo percibo desprecio por el trabajo ajeno. Algo muy de aquí, por otra parte...
No todos podemos dedicar nuestros días a navegar en yate propio, señor escritor.
(El texto no especificaba si a él le cobró también la señora taquillera, o si, como muchas figuras públicas esperan y hasta exigen, pasó gratuitamente. Por el tono de sus palabras... tiendo a pensar que tuvo que pagar los tres euros de rigor.)
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Por otra parte, y hablando ahora de literatura de la de verdad, he terminado ya de leer la novela de Marías (compañero de suplemento, por cierto, del anterior macarra; hasta que un texto en el que se hacían comentarios no muy elogiosos hacia las instituciones eclesiásticas provocó su abandono y su retorno a la tribuna de El País). Me ha parecido brillante. Me ha mantenido enganchado e interesado. Me ha hecho desear que se deje de tonterías, el autor, y se ponga ya con la siguiente entrega...
(No obstante, sigo prefiriendo, con mucho, Negra espalda del tiempo. La disfruté más.)
Ahora... Mervyn Peake.
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Continúa nublado, aunque la niebla ha levantado ya.