Las tardes de domingo son, sin duda, las más largas. Incluso si está uno en casa, tranquilo, ignorando cualquier tipo de obligación; relajado. Incluso si haberse acostado la noche anterior más bien tarde y haberse despertado a la hora de costumbre, hace que una ligera somnolencia (a la que no es ajena, claro, el vino) suavice las aristas del tiempo y las horas se vayan, lentas, en una sucesión de páginas ojeadas (y olvidadas: habrá, mañana, que repasar un poco lo que pueda hoy haber leído; de escribir, claro, ni hablamos) y canciones melancólicas.
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Supongo que era de prever, pero lo comento ahora: al final, me quedo (de momento) con La piel fría. Las primeras frases suenan bien...
Ya iré contando qué tal.