miércoles, 29 de diciembre de 2004
Arqueologías (4) : Lo que pudo ser.
Robots, vehículos gigantes, lobos surrealistas...
Volvamos, una vez más, a finales de los años ochenta. En concreto, el proyecto del que dejo muestra aquí arriba, tiene fecha, en mis archivos, de 1989/90.
Ya hablé de esa época antes, cuando cada lunes comíamos en cierto restaurante alemán de la Plaza de los Cubos (Madrid, al ladito de Plaza de España); comíamos, digo, cada lunes, y éramos legión. Mucha gente que iba y venía, gente a la que veíamos cada semana y gente que pasaba de cuando en cuando.
¿Nombres? Bueno... desde Trashorras hasta Santiago Segura o José Antonio Calvo, pasando por Méndez, Olivares, Agustín Oliver, Machuca, Carlos Puerta, Almela, Lorenzo Díaz, Aísa, ÁNGEL... (Me temo que más de uno se me quedará en el tintero y desde ya me disculpo: mi memoria no es lo que fue.)
Reuniones en las que se hablaba mucho y de todo. Comidas durante las que se planeaba, cada semana, la conquista del mundo... o, en su defecto, cien proyectos para hacernos con el mercado español, francés... el que fuera. (Por entonces, el salto a los USA era algo inalcanzable... Estaba más cerca Francia, parecía más accesible. También en eso han cambiado las cosas desde entonces, ya ven... aunque habría mucho que hablar al respecto: en otro momento.)
Por entonces, y para ir concretando, la novedad era, en España, el suplemento infantil de periódicos de tirada nacional. (No es que fuera un fenómeno nuevo, por supuesto; pero sí parecieron abrirse a nuevas propuestas, a nuevos autores.) Y nos planteamos la necesidad de presentar un proyecto (uno más). Nos repartimos diferentes tareas, discutimos durante muchas tardes de posibles personajes, de argumentos atractivos, de métodos de trabajo...
Seamos breves: de los guiones me encargué yo (cada página, consensuada en la correspondiente reunión de redacción), de los lápices se responsabilizaron Almela y Aísa, la tinta fue cosa de Machuca. El color, para el que se ideó una compleja intendencia que acabó por no cuajar del todo, fue a parar a manos de Carlos Puerta y ÁNGEL. A esto hay que añadir, claro, que todos los citados (y los no citados) aportaron, por separado, distintos diseños de objetos, ambientes y personajes, así como diferentes ideas para el argumento o para los diálogos.
¿El resultado? Alrededor de veinte páginas (puede que más) entintadas, dos de ellas a todo color. Y un parón, no tengo muy claro si debido a que las puertas que se podrían haber abierto en El País (o donde fuera) se nos cerraron en las narices.
Contempladas hoy las copias de aquel trabajo, debo decir que, aparte de un diseño de las chicas protagonistas quizá demasiado impersonal, el resultado sigue siendo sólido, atractivo.
Ay, la nostalgia...
¿El argumento? Bueno... tampoco era un prodigio de imaginación: la clásica aventura de muchachita que se ve transportada a un mundo mágico (o así) del que no entiende nada. Planteamos que fuera raptada por una tribu más o menos primitiva, arrebatada luego por unos autómatas y salvada por un lobo con sandalias y camisa de palmeras (creación exclusiva e inequívoca de Carlos Puerta), que no podrá evitar que un pájaro gigante se la lleve para dar de cenar a sus pollos. Una vez rescatada de nuevo por los buenos, la chica tendrá una revelación y decidirá tomar las riendas de la historia, harta de ser un mero trofeo que va pasando de mano en mano; de manera que la segunda mitad del álbum hubiera tenido una protagonista fuerte y decidida poniendo las cosas en su sitio.
No nos engañemos: tampoco, de haberse publicado, hubiera cambiado el mercado, la industria o los derroteros de la Historieta en nuestro país. Pero está bien desempolvar viejos proyectos, y viejos logros. (Porque fue un logro: conseguimos trabajar en equipo, y hacerlo bien, además.) Permite ver con cierta perspectiva algunas de las cosas que hoy se publican... y no hablo sólo de nuestro mercado.