sábado, 18 de diciembre de 2004

Blain


Cuarta entrega de Isaac, el pirata. Posted by Hello


Christophe Blain nació en Argentuil (Francia) en 1970. Inició su carrera profesional, alentado por su amigo David B (el de La ascensión del Gran Mal), en Dupuis, con un libro primerizo y sorprendente, Le réducteur de vitesse (1999), que recibió el premio al autor revelación en Angouléme.

Su estilo, directo, feísta y minucioso, es fácilmente reconocible; y propicio para los registros que suele frecuentar en sus obras, ya sea sobre guiones propios o ajenos (Trondheim, Sfar, David B). Libros oscuros, siempre, que oscilan entre el surrealismo macabro y la Aventura teñida de gótico.

Acabo de leer la cuarta entrega de su serie más conocida, Isaac el pirata. El protagonista, pintor vocacional y marinero (y pirata) accidental, regresa a su París de origen y descubre que su prometida no le espera ya, las cosas han cambiado más de lo que él se atrevió a temer. Con su inconfundible compañero de aventuras (esa nariz de Polichinela...), se ve envuelto en las actividades de una banda de ladrones de estirpe dickensiana (aunque teñida del romanticismo pulp de un Gaston Leroux) y, con el transcurrir de los días, dará con el paradero de ella... lo que deja abierta la puerta al siguiente episodio del folletón.

Su buen hacer convierte a sus libros de La Mazmorra (Crepúsculo) en los mejores de la serie. Pertenece a esa generación dispersa y tremendamente creativa que se mueve en torno a L'Association, gente que trabaja por igual en la independencia y en la industria más comercial, sin bajar el listón, sin ceder un ápice en la dificultad de sus propuestas. (Propuestas que, por otra parte, no son tan... difíciles, para no abandonar el calificativo. Propuestas que recogen una cierta tradición europea de tebeo de evasión y la desarrollan con la audacia del que descubre un juguete nuevo y pone todo su empeño en comprobar hasta dónde puede llegar con él.)



Por acá no hay un movimiento equivalente. No hay gente capaz de desarrollar un trabajo intimista, personal, y ponerse, a la vez y sin ceder en su nivel de exigencia, al servicio de un proyecto comercial.

Claro que... tampoco hay una industria que permita las dos cosas. (Es más: está por ver que haya una industria que permita alguna de las dos...)


(Dicho sea todo esto, claro, salvando las pertinentes y muy escasas excepciones; que, como sabemos, no hacen sino confirmar la regla.)