Solecito. (Dicen que viene el invierno, ya por fin... Desde el norte de Europa.)
Cosa de disfrutarlo. (El sol, digo.)
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Durante los últimos años, a la salida del trabajo, se ha convertido en una rutina (fea palabra que no siempre ha de tener connotaciones negativas: hay también costumbres agradables) parar en un determinado bar de la zona de Atocha para tomar una caña, a veces dos, antes de entrar en el metro y volver a casa. A veces somos cuatro, cinco. O dos. En cualquier caso, un ratito (no más de media hora, por lo general) para la conversación intrascendente, para sacudirse de encima la rémora de una tarde que a lo mejor no ha sido afortunada. Un tiempo para compartir eso, una caña, unos chistes. Para cortar trajes. Para maldecir. Para relajarse.
El bar es de los clásicos, no demasiado limpio. De hecho, a menudo se ven las carreras erráticas de alguna cucaracha; en la pared; o en el techo. O en la barra, a veces.
Son bichos pequeños, por lo general. Rubios. A veces hacen gala de una indolencia (y de una insolencia) un poco irritante, como si se supieran dueñas del lugar y quisieran hacérnoslo ver.
(No, tampoco yo entiendo por qué seguimos frecuentando el bar, vista la fauna habitual... Se le coge cariño a los sitios. Además, tiran las cañas francamente bien; no es un dato desdeñable.)
En su momento, alguien hizo una broma al respecto de una cucaracha especialmente remolona que insistía en pasearse delante de nuestras narices... La bautizó así, Candy. Desde entonces, claro, cualquier espécimen que se deje ver es bautizado de la misma manera. (Y el bar es "el de Candy", ni que decir tiene.)
Anécdotas entomológicas aparte, el bar (ese bar, para mí; busquen ustedes el suyo) es un espacio que significa muchas cosas, una burbuja de tiempo en la que las cosas pueden ser contempladas con cierta distancia y la charla relajada, la ironía, construyen las barreras necesarias para levantarse al día siguiente y enfrentarse a lo que sea. Barreras cotidianas: los amigos.
Un espacio efímero, un tiempo precioso. Nuestro. Mío. (Por mucho que Candy se empeñe en reivindicar sus derechos territoriales...)
Si las cosas siguen adelante (y todo parece indicar que seguirán; esto no hay quien lo pare), en breve saldré más tarde del trabajo. Cada día. La parada en los dominios de Candy se convertirá, seguramente, en algo menos habitual: en una excepción, quizá.
Pérdidas.
Sí, claro: habrá otras cosas, otros espacios, otras rutinas. Siempre encontramos la manera. (Porque hay que hacerlo; si no, a ver quién es el guapo que se levanta por las mañanas...)
En un tiempo. No mucho, supongo. Espero.
Ah, pero echaremos de menos a Candy.