lunes, 1 de noviembre de 2004

arqueologías...


Posted by Hello

El álbum firmado por Lorenzo Díaz y Carlos Puerta, editado ya en Francia y en los EEUU, sufrió una auténtica catarata de calamidades, empezando por el accidente de tráfico que sufriera el dibujante. Su elaboración fue, por tanto, errática, complicada, a menudo más cercana al puro azar que a la sensatez.

Conociendo desde dentro, en fin, lo accidentado del proceso, sorprende aún más que el resultado sea, dentro de lo que cabe, tan sólido y atractivo.

Una vez terminado el libro, Carlos me pidió un texto que sirviera como introducción. Improvisé un par de folios, o poco menos. (Y digo que improvisé porque, en realidad, hasta hoy no he leído despacio, tranquilamente, el álbum. Entonces, me guié por un breve resumen del argumento de base que, una noche ya lejana, me hizo Lorenzo... en algún bar, probablemente; no pregunten.)

Aquí está el resultado.


CUENTOS SUMERGIBLES.

¿Dónde nacen las historias? ¿Dónde aguardan los cuentos a que alguien los recoja, les proporcione una tierra adecuada, esponjosa y rica, los riegue, los mire crecer? ¿Cómo es ese proceso mágico, ese lento brotar de imágenes y palabras, esa floración casi siempre inesperada?

A veces hay una escena; una mirada, un rostro; un gesto que se queda en los pliegues de la imaginación y despacito va generando sus zarcillos, y echa raíces en el jardín de los ensueños de primera hora, y se empeña en hacerse sólido y grande, y exige atención. Una escena, una imagen, a lo mejor una playa gris y el hervor de las gaviotas disputándose unos despojos entre la espuma; un jardín japonés y un libro de hojas quebradizas; una sonrisa entrevista al otro lado del ventanal de una cafetería. O un nombre. A veces, un nombre –el nombre de alguien, de una calle; el título de una canción–. Un nombre, en fin, como un conjuro que llama a lo demás: una cara, unas manos, un paisaje.

Una imagen o un puñado de palabras, no importa. Alrededor, poco a poco, vamos añadiendo, elaborando. Nos dejamos llevar, encajamos piezas que en apariencia no deberían encajar, recortamos, armamos un rompecabezas que ni sabíamos que queríamos armar. La historia, el cuento, crece. Se deja conducir o nos obliga a adentrarnos en caminos que no planeábamos, tanto da. Va cuajando en otra cosa.

Y, a veces, el azar.

Porque, en ocasiones, algo que nos cuentan y abre posibilidades nuevas. O una película que recorre los mismos paisajes y hay que cambiar, no puede ser. O conocemos a una muchacha de mirada submarina, y cómo no dejarse hechizar, cómo no inundar la historia del sabor a sal de sus labios. O una curva en la carretera. O una mudanza, un examen complicado, el ordenador que se va al carajo.

El azar interrumpe, desequilibra, se empeña en remover las cosas y recordarnos a todos que cada día amanece, sí, pero a veces llueve sin parar y no importa si llevas paraguas, porque la riada se te va a llevar igual, y tus manos no van a ser, a la larga, más que diccionarios de pájaros muertos.

Pero el azar no lo puede todo, y hay historias que siguen ahí: cuentos sumergibles.

Pollack Street ha pasado por todo, ha sobrevivido al azar. Y sigue en pie, cálida. En sus páginas, en las manos de sus personajes, todos los pájaros siguen vivos.

A pesar del Diluvio.



El agente decidió, en su momento, que esto no tiene nada que ver con el libro. Afirmación en la que le asiste, sí, toda la razón.

Queda aquí, pues.

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Por lo demás, y sin que venga muy a cuento... mañana es mi cumpleaños.

Para celebrarlo, madrugón: clase de inglés. (He hecho ya los deberes, sí...)