Lo noto, sí. Asedio vírico. (¿O es cosa bacteriana? Nunca me aclaro...)
Garganta molesta, áspera. Cabeza cargada. Un poquito... (Y quizá un poco demasiado ligera, a ratos...)
Aspirina.
Confío en atajarlo, romper las filas, escapar más o menos ileso...
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Esta mañana, algunas compras (de ellas hablaré por aquí, una vez leídas y escaneadas, si procediera). Y un paseíto al sol.
Y, en el trabajo, claro... pues eso, notando cómo el asedio sube por las piernas, se agarra a la espalda, a la nuca, y acaba por instalarse en la cabeza. Despacito.
Pero no importa. Aspirina y cama: mano de santo.