La cisterna gotea.
Sí, ya sé... Debe ser cosa de poco: ajustar el flotador (¿se llama así?) o algo. Estuve trasteando hace unos días, y casi me hice con ella. Casi.
Sigue goteando.
De a poquito, eso sí. Y a ratos.
Miro hacia el pasillo y oigo el ruidito del agua, un goteo irregular...
El pasillo está a oscuras. Más acá, una lámpara pequeña ilumina el radiador, el teléfono, un montón de tebeos y revistas, un peluche de Pukka, el reloj de diseñín que compré en Barcelona la última vez que me pasé por el Saló, hace... ni me acuerdo cuánto.
La televisión está encendida. En la 2 están emitiendo Bienvenido a la casa de muñecas, una película cruel, amarga y, también, divertida. El volumen está muy bajo... un murmullo apenas.
¿El grifo? Sería cosa de levantarse y ver si ese goteo es del grifo...
De vez en cuando se escucha algún coche, pasos en la acera. Y el vecino de arriba, que se pasa las horas asomado a la terraza, y tose de madrugada, y se queja, a veces, no sé si en sueños o porque no puede conciliarlo.
Mañana no hay que madrugar...