miércoles, 5 de enero de 2005
miradas
Otra historia melancólica de Luis Durán.
Mi incursión, ayer, no fue del todo infructuosa, por rápida y dispersa que resultara. Así, llegué a casa con alguna cosita: un nuevo álbum de La Parejita, que procedí a degustar en la sobremesa; un tomito (Tales of the Vampires, Dark Horse), colateral al universo de Buffy, que recomendó el señor Marín en su bitácora; y este libro que edita Astiberri no ya con lujo: con lujuria. Guión de Luis Durán (la razón de mi compra), imágenes de Raquel Alzate.
Vayamos por partes.
Los trabajos de Durán me resultan, siempre, satisfactorios. Tiene altibajos, como es de esperar, pero ninguno de sus álbumes de los últimos años carece de momentos felices que justifiquen su lectura.
Desarrolla, en cada título, un particular universo propio, fantástico, complejo, creíble. Y gran parte de su mérito, por así decir, está en la mirada; esa manera de plantear los argumentos, de desarrollar los personajes. Es una mirada distanciada, como de alguien que se limitara a exponer unos sucesos sin querer entrar a juzgarlos. Pero es, también, una mirada que tiñe de melancolía sus historias. Siempre. Una mezcla interesante, singular. Un equilibrio que Durán sabe mantener muy bien cuando es él quien ilustra sus guiones.
La magia de Durán se diluye, se pierde, cuando es otra persona quien pone sus historias en imágenes. (O, en todo caso... se pierde en estas páginas.)
(Se diluye, mejor... Sí, porque si se lee el álbum, la melancolía, la magia, están ahí... sin acabar de estar. No cuajan.)
Equilibrios, miradas. Raquel lleva a cabo un trabajo espectacular que encandilará a muchos. (A otros muchos. Es demasiado rígida para mi gusto... Mi gusto, claro, es mío; lo admito.) Pero hay algo que no acaba de encajar... De alguna manera, me creo los personajes de palo que Durán dibuja, pero no me puedo creer lo que hace Raquel. No me llega. No conecta conmigo. (O no conecto yo, en fin...)
En lo que a la lectura en sí se refiere... me parece, también, que está todo demasiado precipitado. Y no lo digo porque uno lea el álbum en exactamente diez minutos; hablo de ritmo interno del relato... Todo sucede (todo se cuenta) demasiado deprisa. Algo poco habitual, por cierto, en otros trabajos de Durán, que suele tomarse las cosas con mucha calma. (Quizá la limitación de las 48 páginas tiene parte de culpa... aunque, a estas alturas, poca excusa sería: un narrador es siempre un narrador, y tendrá que adaptarse al espacio de que disponga.)
Un libro, en cualquier caso, que no acaba de ser lo que uno esperaría. (A lo mejor, sí, porque uno espera ya mucho de gente como Durán...) No me atrevería a decir que es un mal libro... pero sí que es un libro decepcionante.