viernes, 15 de febrero de 2008

leyendo a Gipi


De Gipi me gustan mucho esas viñetas a toda página que son todo cielo, de horizonte muy bajo y quebrado de casas viejas. Me gusta el naturalismo del paisaje, sean calles vividas, con textura, o las afueras, o el puro campo abrasado. Me gusta el naturalismo de la gente, su gestualidad y nerviosismo.

De Gipi me gustan sus historias, que más allá de clichés y de convenciones se deslizan por sendas oblicuas, cimentadas siempre en los personajes, en lo emocional.

De
Gipi me gusta que, incluso en un libro sobre adolescentes más o menos marginados, más o menos inadaptados, incluso en un libro que, después de S, era difícil que estuviera a la altura de su autor, consigue arrancar oro puro de tres anécdotas y un paisaje que es pura desolación, de un manojo de personajes que se hacen entrañables enseguida, hijos y padres.

De
Gipi me gusta que no se rinde nunca, que va siempre a más. (Y, de El local, me gusta mucho la edición de Sinsentido. Lo había leído ya en francés, en mi francés casi a tientas, para escribir la entrada del catálogo el año pasado, pero lo he disfrutado ahora como no se hacen idea.)

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