Me gusta, cuando llego a casa, preparar la cena a mi ritmo, despacito. Me tomo una cerveza fresquita, a veces dos. Voy cortando las cosas de la ensalada, si hay ensalada. Me acerco al salón, miro un ratito las gansadas de Pablo Motos. Vuelvo a la cocina, doy otro trago, aliño. Despacito. Miro por la ventana, mastico un pepinillo jugoso y me acuerdo (me acuerdo siempre) de La Ardosa, una cervecería a la que solía acudir hace ya muchos años, cerca del Museo Municipal; una cervecería oscura y de olor agrio que servía pintas espesas y unos pepinillos con anchoa que eran una fiesta crujiente. (Imagino que sigue abierta, era un local con pedigrí. A ver si un día de estos...)
Voy y vengo despacio, tranquilamente. Dejo que el día vaya resbalándome piernas abajo y se pierda y quede atrás. Cada tarde, cuando llego a casa.
Voy y vengo despacio, tranquilamente. Dejo que el día vaya resbalándome piernas abajo y se pierda y quede atrás. Cada tarde, cuando llego a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario