lunes, 11 de febrero de 2008

monólogos


Max Vento entrega un artefacto intrigante, armado a partes iguales de obviedades y de inteligencia, del confort de lo conocido y del vértigo del riesgo. Actor aspirante (primera entrega, parece, de un proyecto más amplio en torno a la vida y la carrera del protagonista) es un libro que sorprende por lo elaborado de un guión que bebe, sí, de la moda reciente del monólogo más o menos actoral, más o menos autoral, más o menos autobiográfico; una moda que nos ha dado muchos buenos momentos y un buen cargamento de televisión inane. Bebe también de una cierta veta cómica y costumbrista que pasa por Woody Allen y por Seinfield, y que en los tebeos anda muy diluida.

El libro de Max Vento se lee con gusto por lo que antes decía: un guión elaborado que funciona incluso, a veces, a pesar de algunos diálogos demasiado elaborados y de algún personaje en exceso caricaturesco (tan en exceso que se instala en lo meramente tópico: los compañeros de piso del protagonista). Un guión detrás del que se adivina mucho trabajo y mucha reflexión. Y que, pese a algún tropezón retórico, no pierde frescura por ello: un triunfo.

El libro de Max Vento, muy bien editado por Dolmen (aunque a mí, y esto es una apreciación subjetiva y hasta maniática, el papel no me gusta: prefiero el mate, creo que le va más; y prefiero, para este tipo de producto y ya que estamos sacando punta, la tapa blanda. Pero, ya digo: son manías), cuenta con una gráfica deudora de la línea clara en su vertiente más contemporánea y anglosajona, pero a mí me ha recordado mucho (hagan memoria) al Montesol de Cairo. Un estilo que a lo mejor pierde expresividad, pero que le proporciona al conjunto un look lustroso que engancha a la primera, me parece; un look que no engaña y que le va bien al tono de comedia costumbrista que se busca.

El libro de Max Vento, en fin, se lee bien, con gusto. No sorprende, pero tampoco decepciona. Y deja abiertas expectativas apetitosas para siguientes entregas, que no es poco.

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