Los textos de Martin Baltscheit no hacen justicia a las ilustraciones de Ulf K. Podría entenderse como mal formulada la frase, pero quiero decir exactamente lo que digo: la poesía que se desprende de los dibujos no encuentra correspondencia en una prosa que se queda pobre y bien intencionada, pero nada más. (Qué pena: uno espera siempre más...)
De El hospital de la transfiguración se publicitó mucho su condición de primera novela de Lem, y se aclaró que transitaba caminos alejados de sus habituales ficciones científicas. Es una lectura absorbente, y en sus páginas hay paralelismos sorprendentes y un poco turbadores con obras posteriores; el tono, el sabor, el color, me recordaron mucho a La investigación o a Memorias encontradas en una bañera. Solamente la pulcritud con que se aborda la descripción del paisaje, de un lirismo casi de manual de instrucciones, delata al escritor poco experimentado. Lo demás es impecable en un libro que roza a menudo lo sombrío y lo grotesco, y que prefigura la lúcida mirada de quien después entregará joyas como Solaris y los Diarios de las estrellas. (La edición, por lo demás, es impecable.)
Con respecto a El síndrome de Ambras, lo último de Pilar Pedraza, qué quieren que les cuente: me saben fan entregado de su obra, así que poco puedo añadir a lo que pueda haber dicho en otras ocasiones. Esta vez se apropia de la figura del licántropo para ofrecernos su particular versión de esos libros escritos por viajeros británicos que recorrían la península como quien visita un planeta alienígena. Las texturas, las atmósferas, van espesándose conforme los protagonistas avanzan hacia el Norte. El paisaje se puebla de figuras mitológicas, los bosques cuajados de sombra y amenaza resuenan con la flauta de Pan. Y el lector se ve arrebatado por el frenesí de la caza, de la sangre.
Pilar Pedraza es una de nuestras grandes heterodoxas. Saboreen sus historias, no se arrepentirán.
De El hospital de la transfiguración se publicitó mucho su condición de primera novela de Lem, y se aclaró que transitaba caminos alejados de sus habituales ficciones científicas. Es una lectura absorbente, y en sus páginas hay paralelismos sorprendentes y un poco turbadores con obras posteriores; el tono, el sabor, el color, me recordaron mucho a La investigación o a Memorias encontradas en una bañera. Solamente la pulcritud con que se aborda la descripción del paisaje, de un lirismo casi de manual de instrucciones, delata al escritor poco experimentado. Lo demás es impecable en un libro que roza a menudo lo sombrío y lo grotesco, y que prefigura la lúcida mirada de quien después entregará joyas como Solaris y los Diarios de las estrellas. (La edición, por lo demás, es impecable.)
Con respecto a El síndrome de Ambras, lo último de Pilar Pedraza, qué quieren que les cuente: me saben fan entregado de su obra, así que poco puedo añadir a lo que pueda haber dicho en otras ocasiones. Esta vez se apropia de la figura del licántropo para ofrecernos su particular versión de esos libros escritos por viajeros británicos que recorrían la península como quien visita un planeta alienígena. Las texturas, las atmósferas, van espesándose conforme los protagonistas avanzan hacia el Norte. El paisaje se puebla de figuras mitológicas, los bosques cuajados de sombra y amenaza resuenan con la flauta de Pan. Y el lector se ve arrebatado por el frenesí de la caza, de la sangre.
Pilar Pedraza es una de nuestras grandes heterodoxas. Saboreen sus historias, no se arrepentirán.
1 comentario:
El de Pedraza me llama desde la pila de pendientes. A ver si tengo un hueco y le cuento.
Impacientes Saludos.
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