domingo, 13 de julio de 2008

dos libros


Encontré un hueco para poder leer despacio, como merece, Soy mi sueño, el último álbum firmado por Pablo Auladell (sobre un guión, esta vez, de Felipe Hernández Cava). Un libro difícil, vaporoso. Un libro que reflexiona, creo, sobre la propia ceguera, cómo cada uno se construye su propia realidad para justificar su relación con un mundo exterior que no siempre resulta acogedor y que hay que reinterpretar, por tanto. Para la reflexión, el guionista utiliza la metáfora de la guerra, o de las guerras (la Primera, la Segunda mundiales); y habla de arte, de odios, de miedos y de abandonos. Y de magia. Pero lo importante, lo que de verdad hace que el libro adquiera peso específico y hondura es la labor de Auladell, que demuestra (otra vez) su versatilidad como ilustrador y la sutileza de su voz narrativa. El elaborado registro gráfico funciona como una gradación de atmósferas y texturas oníricas que encaja con el tono de letanía de la historia, y proporciona, además, una carga emocional que da cuerpo a las palabras, a menudo demasiado cercanas a la asepsia. (No es el libro que uno esperaría de él después de La torre blanca... pero también eso es bueno.)


Aséptico, en cambio, no es el nuevo libro de Fermín Solís, Buñuel en el laberinto de las tortugas. Se trata de una recreación del rodaje de Las Hurdes: tierra sin pan, el desgarrado documental de Luis Buñuel. Una recreación meditada, bien imbricada, seca, bien resuelta. En ella importa la elaboración de los personajes y la asunción de un lenguaje visual escueto, estilizado, que supone un paso (creo) decisivo en la carrera de Solís.

El libro se inicia con dos escenas, la primera onírica (no olvidemos de dónde venía en ese momento el protagonista: El perro andaluz, por ejemplo), la segunda un largo paseo por la noche parisina en busca de alcohol e iluminación: un largo paseo que es una larga conversación en la que se habla de surrealismo, revolución y otras cosas livianas. Después llega la narración del rodaje, segmento que vertebra el álbum y que supone un auténtico reto para el autor, del que sale con bien: por lo despojado de su propuesta gráfica, por la eficacia de su narración, por la habilidad con que utiliza distintos registros sin que las costuras salten; por el pulso con que va de lo conmovedor (el retrato de los hurdanos) a lo grotesco (las ocurrencias del propio Buñuel, personaje a ratos detestable: como probablemente lo fue en realidad). Lo dije en otra parte, a propósito de un comentario con buena puntería: hay mucho del Martí de los años 80 en este libro. Y no hablo de estilo, por supuesto.




(Dos hallazgos, en suma. Soy mi sueño está editado con gusto por De Ponent y es de leer en casa, despacito y con mimo: qué grande, Auladell. Buñuel en el laberinto de las tortugas es de la Editora Regional de Extremadura, es también una excelente edición y puede leerse incluso en el metro, aunque es conveniente asegurarse tiempo libre: resulta difícil no leerlo del tirón. El propio autor da noticia de cómo puede conseguirse, ya que es de distribución problemática...)

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