breviario de otros papeles

Es lo que tienen los domingos de agosto, que son más domingo que los de cualquier otro mes: tan lentos, que a uno le da por pensar más de la cuenta. Y, a propósito de la entrada anterior (premios, tebeos del último año, esas cosas), me doy cuenta de que hay pocas, muy pocas cosas que espere ya con nerviosismo. (De tebeos, hablo.) Excepto las obras nuevas de gente muy concreta (aquí, trabajos de Jali o Durán... de dos o tres más, siendo amables). Entro en la librería de guardia cada lunes y me invade una especie de pereza que es casi aburrimiento adelantado, y cada vez compro (leo) menos cosas. Hay excepciones y hay sorpresas, desde luego: benditas sean. Pero... no sé. Algo falla, algo falta. Creo.

Y, como otros muchos domingos, me dejo llevar por el navegador y recalo en lugares que llevaba tiempo sin visitar. Y tropiezo con dos dibujos muy bellos de Joaquín, y me viene a la cabeza su Sol poniente. Y me doy cuenta de que a lo mejor está llegándome el tiempo de las relecturas... al menos, durante unas semanas. Tengo en lista de espera Valentina, la obra de Crépax que estoy redescubriendo (con gozo) estos días, otra sorpresa. Tengo la tentación permanente: recuperar Calvin y Hobbes, que con ellos me llevo tropezando, aquí o allá, las últimas semanas.

Y, mientras tanto, el calor. Y el tiempo, que pasa despacio, espeso, pero pasa. Y unos textos que tampoco hoy voy a terminar de escribir, me parece. Y esas cosas pendientes que tendría que atender...

Y que es verano, a ver. Y domingo. Y así no se puede...