Hablé ayer con mi amiga B, de la que hacía a lo mejor cuatro o cinco años que no tenía noticia, no sé bien: el tiempo y mi memoria no hacen buenas migas. Nos vimos en la calle, justo al lado de la verja del Jardín Botánico. Fue una alegría volver a verla, charlar con ella, intercambiar las mismas bromas de antes, ver que está bien, que está contenta con su vida y con sus tres niños, tres, ver que no ha perdido sentido del humor. Es de esa gente que transmite alegría solamente con estar ahí. El abrazo de despedida fue largo y me dejó un poco melancólico.
El pasado sábado también volví a ver a otras dos amigas, R y B (de Bilbao, porque M hay sólo una), que estaban de fin de semana en Madriz y me hicieron una visita relámpago. R a lo mejor un poco más triste después de casi un año en paro y planeando irse fuera, a Irlanda o a Inglaterra, B como siempre: un poco atolondrada y de risa contagiosa. Visto y no visto, llegaron y se fueron.
Esta semana de primeras lluvias me ha traído además, en el correo, los dos tomos de Adamson, la serie que el amigo Carlos Puerta está haciendo para Francia. Y ha sido, de otra manera, también una forma de reencuentro.
Se queda uno pensando en toda esa gente que no está, que estuvieron cerca y a la que se sigue sintiendo cerca. Gente a la que no te das cuenta de que echas de menos, y cuánto, hasta que vuelves a verla. La gente propia, la gente de uno. Tu gente, que al fin y al cabo son también tu vida.
En fin, qué les voy a contar que no sepan...
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