jueves, 9 de febrero de 2006

al día

Y las cosas que no dejan de enredarse, oigan. Y todo se mezcla: las publicaciones que aprovechan la libertad de expresión para agotar tirada y las voces indignadas que piden burlas en torno al Holocausto (olvidando, quizá, o incluso ignorando, que también las ha habido: Vuillemin, por un poner; que tuvo sus problemas; y errando del todo, de manera catastrófica y ridícula, al colocar ambas cosas, unas creencias y una realidad histórica, en el mismo plano...).

Y, en el entretanto, las banderas que no dejan de arder, las embajadas asediadas, un puñado de barbudos pataleando en calles polvorientas y la sensación de que hay más hilos detrás, manejando las cosas, que los que ya sospechamos todos...


Por otra parte, y en un muy otro orden de cosas, no fue ayer mi mejor día...

Eso sí, estuve viendo por la noche La balada de Narayama, la película dirigida por Kinoshita Keisuke en 1958 (no confundir con). Una exquisitez de plástica teatral y ritualizada que, sin llegar a arreglar el día, me dejó un buen sabor de boca antes de irme a la cama a intentar dormir...

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