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Ahora que está en suspenso el futuro del Cabaret Voltaire, cuna de Dadá, viene al caso hablar, siquiera por encima, del nuevo álbum de David B. Porque en sus páginas está la presencia viva de las vanguardias históricas, y porque están resueltas con una energía crispada y furiosa que no desagradaría a Marinetti ni a Tzara, profetas y activistas de la destrucción de convenciones y el incendio de toda tradición.
El libro se titula Por los caminos oscuros. Los prólogos, y viene a continuar, de manera tangencial, un título anterior (editado también por Norma), La lectura de las ruinas. Es, además de continuación, prólogo de futuras entregas (varias, si uno juzga por lo leído), y de hecho no va más allá, en la peripecia, de la presentación de personajes y situaciones, algo que a otros no se les perdonaría y a David B, en cambio, casi hay que aplaudírselo, con tan buen pulso está planteado y tan lleno de guiños y promesas. Porque ya el momento histórico y la elección de escenario es un acierto. Porque ya los personajes son en sí mismos, por separado, hallazgos felices.
En lo plástico, David B no abandona su característico estilo, a medio camino de Tardí y de un orientalismo sintético y ornamental, si bien aquí hay un trazo nervioso y una sensación de vértigo, de urgencia, poco habitual en él pero que define a la perfección la efervescencia del decorado y de la época; no una época oscura: una época vibrante y veloz. Los personajes son más esquemáticos que de costumbre, más arquetipos, más iconos: es el conjunto lo que cuenta, una sinfonía urbana y feroz.
(La edición, por cierto, excelente. Otra vez ese papel grueso y mate, esa tinta, ese olor...)