domingo, 28 de septiembre de 2008

plano corto


Estoy leyendo, despacio, a ratos, el último Murakami que se ha editado en inglés. Se titula What I talk about when I talk about running (algo así como De qué hablo cuando hablo de correr). Está escrito en primera persona y el protagonista es él. En breves capítulos que bien podrían considerarse artículos más o menos independientes o, incluso, entradas de un diario personal más elaborado de lo que en una primera lectura podría parecer, va contando de su pasión por correr (en algunos maratones ha llegado a participar, y declara que casi todos los días, durante los últimos veinte o veinticinco años, ha corrido al menos una hora cada mañana) y los paralelismos de esa actividad con su oficio de escritor.

No es una lectura que apasione, pero fluye con ese ritmo hipnótico y calmado que sus lectores conocemos bien. Y habla de sus inicios como escritor, de qué hacía cuando decidió escribir su primera novela, de cómo se enfrenta a la tarea de escribir, cómo ha cambiado su vida, sus costumbres.

Desde el primer capítulo leído, desde las primeras frases, me saltó un resorte inesperado en la cabeza, dentro. De pronto me di cuenta de hasta qué punto mi trabajo es casi contradictorio con mi manera de ser y de estar (y quien me conoce un poco sabe de qué hablo). Sé que no tiene que ver con Murakami ni con la lectura. Ni siquiera con la escritura, las ambiciones, las pasiones, las esperanzas, los miedos. Pero, por alguna razón (y quizá algo de culpa sí tenga el libro, el tono de confidencia amistosa y cercana que utiliza), mientras leía en el Metro y levantaba de cuando en cuando la vista para mirar a la gente alrededor mío, caí en la cuenta de que alguien como yo, de natural apocado, alguien que evita en lo posible la confrontación y tiene pánico escénico hasta cuando va a comprar el pan (exagero, ya imaginarán: pero un poquito nada más), acabó trabajando de cara al público y en contacto con él. Y ahora, después de más de veinte años, en mi nuevo puesto, no puedo estar más en contacto con el público ni más de cara a él... y ahí estoy, contento. Me gusta mi trabajo, me gusta lo que hago. A pesar del público y gracias a él. O viceversa, tanto da.

Lo que ni viene a cuento, ya les decía, ni creo que les importe lo más mínimo: así debe ser.

(Y todo esto, por cierto, me recuerda que hoy, de no ser por mis vacaciones, tendría que estar trabajando. Puf. Lo siento por quien haya tenido que estar allí hoy, mi gente... ¡Que vaya bien!)

2 comentarios:

Mar dijo...

Qué suerte poderlo leer en inglés, a mi me quedan años para eso. No se si esta de la que hablas me gustará tanto como sus obras "esas que no hablan de él"; cuando salieron las memorias de mi querido Gabriel García Márquez las compré apresurada pero ahí están todavía esperándome. Vengo de andar con la perra, calorcito otoñal... ¡un día precioso!
Trabajar de cara al público... increibles satisfacciones y disgustos horribles pero a mi también me gusta.
(A mi me sigue sin gustar ir a un café sola)

fcnaranjo dijo...

Aquí sigue nublado, pero la tarde está bonita.

(Las memorias de García Márquez merecen mucho la pena. Casi tiene uno la sensación de que ese hombre se crió dentro de sus novelas...)