Se discute de las pensiones, de la edad de jubilación, y cada uno mira para otro lado y al final no se dicen más que tontadas que ni definen el problema de fondo ni avanzan posibles soluciones.
Se discute también de las descargas y la Ley Sinde, de cómo no responde a las necesidades reales de un nuevo paisaje tecnológico en el que la relación entre creadores y consumidores no puede ya ser la misma. Pero los unos se enredan en absurdas reivindicaciones por una libertad de expresión (¿?) que no se entiende qué tendrá que ver con bajarse películas o canciones o juegos a saco y de gratis porque sí, porque se puede y ya está, y los otros parecen aferrados a un modelo obsoleto, inoperante y herido ya de muerte, que prima más la protección de los beneficios de la industria que los derechos de los autores y que ni se plantea cambiar las cosas para facilitar el acceso sensato y libre (que no gratuito, ojo) a los contenidos y la posibilidad de relación directa entre creador y consumidor. Y todo son gente con máscaras de V (me pregunto cuántos habrán leído el tebeo original, y cuántos conocen la historia de Guy Fawkes), pataletas digitales y ministras amenazadoras que advierten que si la ley no se aprueba la cosa va a ser peor.
Y, atención al dato, se nos cuela por detrás otra maniobra que, a la chita callando, se puede cargar la autoedición, o, en el mejor de los casos, la complica mucho: La discreta privatización del ISBN. (La noticia la he encontrado en Facebook y Twitter, aireada por unos cuantos autores: lean y difundan, que estas cosas nos afectan a todos.)
2 comentarios:
Lo del ISBN me ha dejado de piedra. No sólo se pueden cargar la autoedición, se pueden cargar a algún que otro pequeño editor, o complicarle demasiado las cosas.
Un saludo
demasiado fangoso se vuelve el asunto para los pequeños editores, sí... aún más, quiero decir.
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