De lecturas reposadas.
Les dije de dos nuevos
Sfar (nuevos en mi biblioteca). Les dije del reciente
Isaac, de
Blain. Y, en efecto, hoy he dado buena cuenta de los tres libros. Con una media sonrisa de placer. Esa expresión un poco embobada que se le queda a uno en la cara cuando se deja arrastrar por un relato sorprendente y se ve envuelto, atrapado en el mundo que propone el autor, hechizado por el buen hacer, por la inteligencia, por el talento, por el trabajo.
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Lo admito: fui muy reacio, durante un tiempo, a la obra de
Sfar, que por aquí llegaba, además, con cuentagotas. (
Blain no;
Blain me engachó a la primera.) Ahora ya no. Ahora, aquí, hago pública mi rendición sin condiciones al talento arrollador de este hombre, a su capacidad fabuladora, a su torrencial grafomanía. No me importa que a veces los argumentos se dispersen, no me importa que a menudo se resienta la estructura narrativa. No me importa que los resultados plásticos oscilen de lo muy hermoso a lo más bien discutible. Me rindo.
El mundo de
Sfar es arrebatador, y su manera de sumergirnos en él implica, sí, un esfuerzo por nuestra parte, una voluntad por dejarnos llevar... pero, una vez dentro, no hay vuelta atrás. En absoluto, de ninguna manera. Es ya para siempre.
Aquí les dejo un par de cubiertas. Son los libros que me han terminado de ganar para la causa. No son los me
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jores que he leído suyos. De hecho, en ambos hay todavía una cierta desorientación por parte del autor, que va tocando diferentes palos mientras intenta encontrar la manera de dar forma al magma fabulador que burbujea en su cabeza. En
Le petit monde du Golem aparecen personajes conocidos, personajes que luego serán cuajados y desarrollados en títulos posteriores. Es un trabajo ligero, frágil, lleno de una rara belleza.
Paris-Londres, por contra, es una perfecta locura, un folletón paródico, una sucesión de situaciones absurdas y personajes inverosímiles, una fiesta referencial; casi se diría que se trata de un afortunado ejercicio de escritura (de Historieta, en fin) automática, chispeante y alambicado.
He removido mi desastrosa biblioteca, he rescatado diferentes álbumes de diferentes montones polvorientos y tengo a mano todo los que he ido comprando de
Sfar. (Y lo de
David B, lo de
Larcenet, lo de
Blain, lo de
Trondheim, que al final es el que menos me satisface...) No es mucho, pero imagino que iré rellenando lagunas en los próximos meses. (Algunas lagunas, en cualquier caso...)
Y, en lo que respecta a la quinta entrega de Isaac le pirate, titulada Jacques, qué puedo decir. Resulta frenética, casi. Está llena de momentos excitantes (y sexy, créanme). Tiene a un Blain en plena forma, capaz de elaborar imágenes fantasmagóricas, bellísimas, sin perder de vista en ningún momento el desarrollo de la acción y la estructura de la narración.
No esperen que les cuente el argumento: esto no quiere ser una reseña. (Y yo no hago reseñas en las que cuente los argumentos, además; no me gustan.) Sí puedo decirles que hay sorpresas. Y que es una lectura de las que se disfrutan. (Como decía más arriba... tengo ya a mano los cuatro libros anteriores. No tardaré en darme un atracón.)
Queda dicho, en fin: considérenme un
Sfaradicto. (Dentro de un orden, sí... pero adicto.)