still

Es tontería insistir cuando falta el tiempo y, a menudo, las ganas. O el empuje, que también. Y no viene al caso mantener abiertos espacios que no se atiende como es preceptivo, porque al final para lo que pudieran servir queda en nada y si hay cuatro incautos que lo leyeron, habrán decidido que, pasados los días y las semanas y hasta algún mes de hastío, no tiene sentido volver por allí.

Las dos sucursales quedan, en fin, en stand by de manera oficial. No descarto que no vaya a colgar, es una hipótesis, algún texto, alguna nueva reseña... pero es improbable que ocurra en las próximas semanas, si no meses. Me guardo las fuerzas para esta casa y ya cuando las cosas se terminen de asentar y vea qué pasa con mis horas y mis días, acometeré la reforma que haga falta y a lo mejor, quién sabe.


La decisión la he tomado en la calle esta mañana, hace unas horas, mientras venía de comprar el pan y aprovechaba que estaba la barra recién sacada del horno para calentarme las manos. Y la he tomado así, de golpe, aunque me venía mareando desde hace días...


En otro orden de cosas, y para no desaprovechar que me siento ahora tan cómodo ante el teclado y que ya mañana vuelvo al trabajo y que el cielo está tan gris, si es que eso es de algún provecho, pero no dejen que me líe... en otro orden de cosas, decía, estoy leyendo estos días El Eternauta (Oesterheld y Solano López), que con independencia de algunos tics propios de la época y el género me parece un tebeo de los que cuajan el alma y dan ganas de escribir, y me hice ayer, además, con Habíamos ganado la guerra, el libro de Esther Tusquets del que les contaba que tenía muchas ganas de hincarle el diente... así que no tardaré en comentarles si merece la pena (que yo creo que sí, en fin, una vez leídas las primeras páginas).


Por lo demás, hoy House.