domingo, 26 de octubre de 2008

noche

Con el cambio de hora anochece antes, así que los gatos del Jardín Botánico quizá se hayan retirado ya cuando pase el martes por allí, de camino a casa. Cada tarde, estas semanas, me paraba con mi gente un par de minutos para ver cómo se exhiben en la penumbra, iluminados a ráfagas por el flash de alguna cámara indiscreta. Miran desde el otro lado de la verja, expectantes. Se acercan a quien les hace un gesto para retirarse enseguida, cuando comprueban que el gesto no incluye comida. Aristócratas de terciopelo, se lamen las manos despacio mientras los miramos y el tráfico no se detiene, y una refugiada de no sé qué país ignoto canta, en la esquina con Moyano, baladas de su tierra; canta mal, resquebraja la melancolía como quien arañase una pizarra.

Quién sabe, es posible que el martes no estén ya ahí. Se habrán retirado a sus dominios, cansados de esperar. Ellos no entienden de cambios de horario, se guían por el sol, por las estrellas, por el hambre, por el celo de sus hembras.

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