martes, 28 de octubre de 2008

Panteón Dolores

Amigo Ángel, justo ayer volvía a casa con el libro que compila las dos entregas de tu Modotti en la bolsa, a buen recaudo, contento y planeando dedicarle algunas horas a su relectura este mes que viene. Con el libro sobre la mesa abrí el correo y leí un mensaje tuyo, poco antes de irme a la cama; leí tu mensaje, vi tu fotografía y me emocioné. Fuera, en la calle, llovía despacio, y pensé en contestarte aquí, porque de lo que hablas no es sólo de una persona que murió y a la que has aprendido a admirar y a querer mientras nos contabas su vida y tu manera de enfrentarte a la tarea de contárnosla, de lo que hablas es de más cosas, de cosas que importan y que dejas entrever.

Te cito, creo que no te importará.

Regresé al inmenso Panteón Dolores de la Ciudad de México para volver a
encontrar lo que queda de una de las mujeres más importantes de mi vida.
Nunca la conocí, pero hace muchos años le prometí, en el mismo lugar
(entonces menos cuidado y adecentado), que contaría su historia. Que os la
contaría a los amigos. Al final se la estoy contando a muchos miles, mejor.
Regresé para decírselo y darle las gracias. Era octubre, de mañana y lucía
el sol.
Me temo que no me porté como un hombre , lloré.


Abajo está la fotografía, la lápida de Tina. Y de repente, contemplándola, su presencia, lo que de ella sabemos gracias a ti, se hace fuerte, sólido. Casi puedo ver su fantasma: fuma con elegancia de película de los 40, el flequillo se le ha desordenado un poco.

Conocerla a través de tus ojos y de tu manera de entenderla ha sido un privilegio, y es un privilegio que hayas querido contarme, compañero, este breve epílogo soleado.

Buen viaje: sé que vas a Lucca, sé que firmarás ejemplares de la edición italiana de Modotti. Buen viaje.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Chapeau