Como cada mañana, uno pasea hasta el kiosco casi en automático. Hace sol, van caldeándose despacito las aceras. Hay chicas paradas en las puertas de los comercios, charlando: acaban de abrir, han estado barriendo el local, se paran a comentar cómo fue la tarde anterior o qué vieron en la televisión antes de acostarse. Conversación casi en automático, también. Cordial, accidental.
Hay gente que va y viene con bolsas llenas de verduras, de diferentes compras tempraneras. Hay algún perro aparcado en la puerta de una tienda, que mira atentamente al interior y a veces inclina la cabeza cuando alguien pasa a su lado y esboza una caricia. Hay vendedores de acera y manta, voceadores de fruta pirata. Hay carga y descarga, el mercado grande, vivo, algún hiper de barrio. Hay olores y ruidos, paseantes sin prisa, el cartero que me conoce ya desde tanto tiempo y saluda con la cabeza.
Pan recién hecho, bollos tiernos, el periódico, una parada en la charcutería... Y el cielo, que está azul también hoy. Y el sol.
(En casa, leo despacito, a tragos cortos, el Cuentos de la Estrella Legumbre de Olivares. Ya comenté aquí la edición, espectacular, de Media Vaca. Casi todo lo he leído ya en diferentes cabeceras y a lo largo de varios años... pero la sensación de coherencia que facilita la compilación ordenada resulta nueva, refrescante. Y permite adivinar pautas, permite una lectura diferente. No sé si es lo mejor que haya nunca hecho Javier, hombre de obra demasiado dispersa y muy heterogénea: siempre he defendido más su trabajo más accesible, su obra menos "comprometida", si me permiten las comillas. Sí puedo decir que es un buen libro. Que no es poco, hoy. Un libro de peso, en un año con varios libros de peso.)